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No importa que seas el mejor boxeador de la década. No se te reconocerá como tal hasta que los jefes lo permitan. No llames la atención y alejate de los problemas de las calles si alguna vez querés demostrar lo que vales en una pelea por el título.
Por: @Ezquiel_Olasagasti – @Globalonet.web
Se paró en seco y miró por el ventanal. Una pareja de viejos comían un trozo de carne con el tamaño y color sangriento al que él estaba acostumbrado. Entró y se acomodó en una mesa solitaria al final del salón. En la carta resaltaba el nombre del lugar: “La fuente”. Le pareció decente, no muy elegante pero tampoco esos cafés de mala muerte que recorría de joven. El camarero le dio la bienvenida. Él no entendió nada de lo que le dijo. Solo asintió con la cabeza. Abrió e intentó encontrar palabras que le sonaran conocidas. Solo pudo traducir “patatas”. Hizo sonar los dedos para que el camarero volviese.
-¿Ya sabe qué va a ordenar señor?
No lo dejó terminar. Le señaló la mesa de los ancianos que comían el trozo de carne.
-Don´t speak Spanish?- Dijo el camarero acostumbrado a atender turistas.
-No- respondió con una sonrisa.
-Bistec?-Preguntó el camarero.
– Yes
– Beer?
-Yes. And batatas- agregó el hombre en un español pésimo.
El camarero se llevó la carta y le dijo, en inglés, que en unos momentos traería su orden.
En la tv pasaban un partido de fútbol. En una mesa cercana, rodeada de botellas vacías, cuatro hombres le gritaban a la pantalla. Le molestó que no hubiera otra cosa para ver. Se preguntó si a los mexicanos solo le importaba ese deporte idiota sin gracia. Para él debía ser así ya que nadie lo había reconocido en el restaurante. Tampoco en la calle, aunque no se haya alejado más de dos calles de su hotel. Solo un canadiense lo abordó en el hotel para pedirle un autógrafo. Su agente le dijo que no llame la atención pero no podía defraudar a un fan.
-Good night champ- se despidió el canadiense antes de subir al elevador.
Eso lo deprimió un poco. Todavía no era campeón. Estaba seguro que lo sería pero los problemas en Jersey habían atrasado todo.
-Te vas a quedar en México un tiempo hasta que se calmen un poco las cosas. No será mucho. Cuando menos te lo esperes estarás peleando en el MGM.
Esas fueron las últimas palabras de su manager cuando lo dejó en el aeropuerto.
Ya hacía dos meses que estaba encerrado en ese hotelucho de tercera. Pasaba las horas haciendo sombra, series de abdominales y planchas de pecho. El ejercicio le ayudaba a matar el tiempo. Pero había perdido condición y lo notaba. No tenía un gimnasio real, ni bolsas de arena, ni un sparring.
-Diablos, ni siquiera tengo una soga para saltar en esta tierra de nadie- dijo el día que se instaló en el cuarto.
Sin su entrenador vigilándolo caía en la tentación de la comida chatarra, la cerveza y los cigarrillos. Sintió que en ese estado podía existir la posibilidad de perder una pelea alguna vez. De otra manera era imposible claro. Él sabía que era el mejor peso Welter de la actualidad aunque la prensa todavía no se había hecho eco. Tenía un récord de 30-0-0 de las cuales 29 fueron por K.O. Si se le suman las peleas como amateur, su invicto se estiraba a 55 peleas ganadas. Pero conocía el mundo del boxeo. No importa que uno sea el púgil de la década, se te dará el reconocimiento cuando los jefes lo ordenen.
El camarero le dejó la botella y le dijo, de nuevo en un inglés correcto, que su filete estaría listo en minutos.
Se sirvió la cerveza en un vaso y se tomó tres cuartos de un trago. Sacó la billetera para ver si llevaba suficiente efectivo. Tenía un recorte de diario entre los billetes que siempre lo ponía de buen humor. Estaba en la esquina inferior de la página pero se leía claro. “El invencible de Jersey, Patrick Wallace, continúa su ascenso”. Era del día de su vigésima victoria. No recordaba si el paquete se llamaba Jack Johnson o John Jackson. Lo noqueó en el round seis. Pudo hacerlo en el primer minuto del combate pero quiso dar un buen espectáculo. De todas maneras no llegó siquiera a las noticias locales de la noche. Patrick culpó a su manager. Lo veía muy conservador para manejar a un futuro campeón mundial, lo despidió a los pocos meses.
Cuando el camarero le puso el filete en la mesa, él le entrego la botella vacía para que le trajera otra. Los ebrios de la mesa junto al televisor gritaban cada vez más fuerte. Deseó estar en Jersey. Allí podría comer donde quisiera, gratis y sin ruidos molestos. Era el orgullo estatal. Patrick “el invencible” Wallace le decían todos. Él quiso que su apodo fuera “El invicto”, pero su entrenador, supersticioso como pocos, no se lo permitió. Mickey Rogers, el especialista en boxeo de The jersey journal lo había apodado: “El pequeño Sugar” por su parecido, físico y en talento, con el veterano «Sugar» Ray Leonard. A Patrick le molestaba ese apodo, había sido sparring de Leonard de adolescente y recuerda lo mucho que tuvo que limitarse para no noquearlo por accidente. Nunca se lo dijo a nadie por temor ser considerado un engreído. Pero, en su cabeza, el tal Leonard no era ni la mitad de lo que él sería.
Terminó la carne de pocos bocados. El camarero le ofreció la carta de postres pero la rechazó. Volvió a darle la botella vacía e hizo un gesto con los dedos pidiendo fumar. El mesero le regaló un cigarro y se lo encendió con un coqueto encendedor dorado.
Patrick abrió el diario. En el televisor pitaban la segunda mitad del partido. Fue directo a la parte de deportes. No entendía nada de lo que decía. Se limitó a mirar las fotos. Las primeras páginas estaban repletas de información de fútbol.
-Ya entiendo porque noqueo tan fácil a los mexicanos. Miran mucho soccer y nada de box.- bufó dejando salir el humo.
El camarero le dejó la botella. Patrick no lo miró. Agarró el vaso a medio servir y se lo bebió de un trago. Llegó por fin a la sección de boxeo. Conocía algunos nombres. Hablaban de las próximas peleas importantes que se darían el fin de semana. Se memorizó los horarios y rogó que no pasaran partidos de fútbol a la misma hora. En un momento vio una cara conocida. Era el campeón mundial Oliver Benbinati posando junto a Roger Thompson. Llamó al camarero agitando los brazos. Cuando este se arrimó a la mesa Patrick le puso un billete de cinco dólares en el bolsillo y le señaló el artículo del periódico.
El camarero, perspicaz, le tradujo lo que decía. En dos meses, Benbinati defendería su campeonato Welter frente al retador George Thompson en el MGM de Las Vegas.
Patrick quedó con los ojos y la boca abierta. Le hizo una seña al mesero como quien echa a un niño. Dejó caer la cabeza entre sus manos y miró la fotografía donde debería estar él. En el partido del televisor hubo un gol que hizo gritar a los cuatro hombres de la mesa.
-Cuando menos te lo esperes estarás peleando en el MGM.
Eso le prometió su manager. Se sirvió lo que quedaba de cerveza y la tomó con otro fondo blanco.
-Si no noqueabas a ese idiota de Stagnaro no tendrías este problema- le dijo su entrenador la noche que le ayudó a armar la maleta para irse a México.
Patrick se frotó los ojos y comenzó a recriminarse esa última pelea.
-Debí dejar que al menos me gane por puntos- dijo en voz baja.
Su manager le explicó que no era necesario fingir un K.O, solo dejar que la pelea cumpla los ocho rounds. Los jurados de Don Fulcci harían el resto. Pero no soportó la idea de perder. Ver ese 1 al final de su record. El 30-0-1 le revolvía las tripas. Como podría ser llamado “El invencible” con ese maldito 1 ahí. Y no importaba sí después ganaba los cinco cinturones. Habría un viejo llamado Alesandro Stagnaro contándoles a sus nietos como fue el único que lo venció. Se harían películas y documentales sobre el hombre que fue capaz de romper el invicto de Patrick Wallace.
-¡Penal, maldito cabrón! ¿Estás ciego o qué?-se escuchó desde la mesa de los fanáticos del fútbol.
-¡Shut the fuck up, mother fuckers!- les gritó Patrick golpeando la mesa.
Los pocos comensales se dieron vuelta a verlo. Los viejos terminaron su café y se fueron. Los cuatro tipos se pararon y le rodearon la mesa.
-¿Qué pasa gringo?-
-Estas lejos de casa wey, más respeto-
Patrick no los miró. Sacó el dinero que, mentalmente, calculó que debía pagar. Agregó cincuenta dólares por la buena atención del camarero. Éste se acercó para pedirle a los ebrios que se fueran.
-Nos vamos pero nos llevamos al yanqui- dijo el más alto del grupo.
-Por favor, no molestes a los clientes, Paco. No me hagas llamar a la policía- les dijo el camarero en voz baja para no alterar más la situación.
Patrick se terminó los últimos sorbos de cerveza.
-Thanks amigo- le dijo al mesero
Saltó de su silla apartando la mesa con su cuerpo. Agarró de la camisa al borracho que tuvo más cerca, lo sacó a la rastra del lugar y lo tiró contra un buzón de correo. Patrick no quería pelear, por más México que fuera si lo denunciaban podría perder su licencia. Solo se cubrió los golpes y patadas que le tiraron los otros tres hombres. Uno soltó un Cross que Patrick esquivó agachándose. Al levantarse le dio un empellón con el hombro que lo estampó contra la pared. Los efectos del alcohol terminaron de tirar al tipo. El tercero le arrojó una patada lateral que Patrick atrapó en el aire. Solo tuvo que barrerle el pie de apoyo para que termine de caer. No había dado ni un puñetazo. Tenía testigos, todo fue legítima defensa.
-Pinche pendejo, te voy a partir la madre- dijo el más grandote.
Se acercó con los puños levantados a la altura del mentón.
-Este idiota peleó alguna vez en su vida, al menos.- pensó Patrick
El mexicano lanzó dos jab que el estadounidense esquivo con un paso atrás. Quiso tirarle el cuerpo encima, pero el grandulón lo recibió con un gancho al hígado. Patrick ladeo el cuerpo por el dolor. El mexicano se lanzó para rematarlo y el púgil se cubrió como pudo.
-Bueno, adiós licencia- pensó Patrick harto ya de la situación.
Arrojó un cruzado de derecha como si estuviese en el ring. El borracho pasó por debajo del golpe, lo tomó de la camiseta y le dio un frentazo en el medio de la nariz. Al norteamericano se le llenaron los ojos de lágrimas. Luego le dio una patada en el pecho que lo hizo volar hasta la calle, donde se golpeó la nuca contra el asfalto.
Patrick despertó en una camilla. Su camiseta ensangrentada colgaba de una silla. Vio que tenía un enorme vendaje que le cubría todo el costado izquierdo del torso.
-Te rompieron un par de costillas a patadas, por suerte llegó la policía- le dijo un hombre sentado a su lado.
Al boxeador le costaba enfocar. Reconocía la voz y, más aún, ese acento de quien no habla inglés. Era el camarero del restaurante.
Patrick agradeció la ayuda y recostó la cabeza en la almohada para mirar el techo. El mesero le arrimó su paquete de cigarrillos para que tome uno y se lo encendió con el mismo encendedor dorado del restaurante.
-Treinta ganadas y una pérdida. Acá se termina el invicto- dijo el camarero dejando la habitación.
Patrick se incorporó como pudo para verlo, sintió el ruido de sus costillas rotas.
-No te preocupes, no voy a decir nada campeón- dijo el mesero antes de salir del cuarto.
Ezequiel Olasagasti.