Un programa viejo de archivo

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Al llegar de visita a la casa de su madre, se encuentra con la persona menos esperada. El fútbol es lo único que tienen en común, y los llevará de una conversación casual a una discusión para recomponer una relación perdida.

Por: @Ezequiel_olasagasti@Globalonet.web


Sacó el manojo de llaves de la mochila y buscó la de la puerta de entrada. Las luces de la calle seguían apagadas, aunque en esos días de julio oscurecía más temprano. Tanteó llave por llave como si leyera braille hasta que encontró las de la casa de su mamá. Al entrar encontró las luces prendidas, el televisor a un volumen alto, la estufa al máximo y a él sentado en el sillón con un mate en la mano y el termo sobre la mesita ratona.

– Hola -le dijo.

– Hola ¿cómo andás? -respondió él.

– Bien, todo bien.

Cuando lo vio meterse las manos en los bolsillos cerró la puerta rápido. El viento le opuso un poco de resistencia. Caminó a la cocina sin siquiera acercarse a saludarlo, a pesar del ademán del otro de levantarse del sillón, y dejó la mochila en la mesa. Su mamá no estaba allí. Se asomó al cuarto de lavado y al patio, pero tampoco la encontró. Volvió al living y se sentó en una silla que se encontraba delante del sillón a la derecha, un poco más cerca del televisor. Sacó el celular y le mandó un mensaje a su mamá.

– Ma, ¿no estás en casa? – preguntó.

Escuchó una música corta pero aguda. Era el ringtone de su madre, podía reconocerlo donde fuera.

– Tu mamá se fue a comprar- dijo él de pronto –Creo que fue al supermercado de acá a diez cuadras. Ya debe estar por venir.

– Ah, bueno. La espero un rato entonces- contestó.

– ¿Le dijiste que venías? Sí sabía seguro no se iba- dijo él.

– No, caí re de última- respondió.

– Se va a poner contenta. Me dijo que con la facultad y todo eso se te complica venir-

– Sí -respondió.

Escribió un mensaje en el celular para su hermana:

– Vine a lo de la vieja y está el chabón este acá. Un bajón. Si sabía me iba directo a casa. Al verla con el celular el hombre no volvió a hablarle.

– Que bajón. Yo salí con Agus, no creo volver a casa. Si vuelvo, vuelvo re tarde. – le respondió su hermana al minuto.

Luego le llegó otro mensaje que decía:

– Mami seguro vuelve en un rato. Fumátelo hasta que llegue.

Se sacó la bufanda y se bajó el cierre de la campera. Decidió bajar un poco la estufa. Cuando estuvo a punto de pararse lo escuchó toser. Era una tos seca y larga. Cuando parecía haber terminado volvía a empezar con más fuerza. Prefirió no bajar la estufa, se sacó la campera y la apoyó en el respaldar de la silla.

– Está fresco afuera ¿no? -le dijo él.

– Mal -respondió.

– Acá está lindo. Este frío me mató. Ya le dije a tu madre que le voy a pagar la factura del gas porque la estoy fundiendo -dijo él con una sonrisa leve.

– Ella es friolenta también.

– ¿Querés un amargo? – preguntó él.

– No, gracias -contestó sin mirarlo.

– Y sí, están feos ya. Encima vos tomás con azúcar ¿no?

– Ahora tomo amargo. Me acostumbré en la facultad -dijo y luego preguntó- ¿De cuándo es este partido?

– Es uno de esos programas de archivo. Creo que es la campaña de San Lorenzo campeón del 2001.

– ¿Es el campeonato que tuvieron récord de puntos? Dirigía el chileno ¿No?… ehh… Pellegrini ¿no?

– Sí -respondió él al tiempo que se metía la bombilla en la boca.

Dió dos sorbos largos hasta que se escuchó ese ruido de aire.

– Equipazo tenían acá. El Pipa Estévez, el Pipi Romagnoli de pendejo y Romeo que la metía de todos lados. -completó lo que quería decir.

Se acomodó en la silla para mirar mejor y dijo:

– Qué jugadorazo el Pipi. Una onda Román.

– Nah, Riquelme es un genio. Juega con la cabeza nomás. Está un paso delante de todos -dijo él.

El silencio volvió a cubrir todo el living, pero esta vez era más agradable.

– ¡Que golazo! -dicen los dos al unísono al ver un gol de Cavenaghi en la fecha que River le ganó al ciclón 3 a 1.

– Definió como yo -dijo él desde el sillón.

Ella dejo escapar una risa que tapó rápido con la palma de la mano.

– Bueno, él definió de derecha y yo soy zurdo -insistió viendo que la broma surtió efecto.

– Vos ni hubieses llegado a patear -dijo ella con la vista puesta en la tele y haciendo montoncito con los dedos.

– Bueno, a mí dámela al pie. Que corran los troncos.

Se puso al borde del sillón.

– Che, te acepto un mate al final- le dijo ella.

– Está medio fulero.

Lo tomó de a pequeños sorbos, el vapor que largaba la asustó.

– Está bien, zafa.

– Mirá, este partido yo estaba en la cancha -le señaló la tele. Mostraban el resumen de un partido entre Racing y Boca del mismo torneo del 2001.

– ¿Cómo terminó? -preguntó ella.

– Tres a uno ganó Boca. Hasta el muerto de Carreño hizo un gol ese día -largó una risa después de responder.

– Yo era muy chica -dijo ella.

– Pero ya de chica mirabas y te quedabas pegada a la tele –le dijo.

– Me acuerdo que me decías que mire al jugador del puesto donde jugaba yo. Me aprendí de memoria todos los gestos del Patrón Bermúdez -le dio un último sorbo al mate y le preguntó- ¿Le cambio la yerba?

Él afirmó con la cabeza y luego le dijo:

– Mi viejo me decía lo mismo, eso de mirar al que juega en tu puesto -subió la voz para que ella lo escuche desde la cocina-. Yo lo miraba al Bocha en sus últimos años. Pero al final en lo único que me le parezco es en lo pelado -se rió pero ella no escuchó la carcajada desde la cocina. El ruido del mate golpeando el tacho de basura no la dejó.

Entró al living con una mueca de sonrisa y le entregó el mate.

– ¿Seguís jugando vos? -preguntó él mientras ponía la bombilla en el lugar específico para que el mate no se lave.

– Cuando pinta – dijo desde la silla-. Ya no juego torneos, siempre me fallaba alguna.

– No se comprometen -dijo sin mirarla mientras servía el agua de a poco.

– Se ve que mucho no les copa, van por ir. Yo voy para ganar y dejo todo.

– Es que uno quiere ganar. Y va siempre porque le gusta el fulbo. Si no te apasiona, la verda’ no vayá’ hermana -dijo él aumentando la voz al final de la oración.

– Ahora voy cuando se arma algún partido nomás. Tranqui.

– Pero armate otro equipo. No tenés que abandonar- le respondió.

– Y vos ¿por qué abandonaste? -le preguntó ella antes de tomar el mate que le pasó.

– Estoy grande. Y gordo. No sabés lo que me duelen las rodillas- respondió él.

– No -dijo ella con un tono seco-. Decime por qué abandonaste.

– ¿Qué cosa? -pregunto estirándose para agarrar el mate que ella le devolvía.

– A mamá, a mí, a Camila -la voz se le afinó al decir el nombre de su hermana.

Él no dijo nada. Chupó el mate ya vacío. Hizo ruido.

– Nos hiciste mierda, doce años tenía yo -dijo ella mirando el mantel.

Los pelos le tapaban la cara.

– No es así, hija… yo no quería hacerles mal. Con mamá nos teníamos que separar.

-Vos te separaste. Mamá nunca se enteró -no pudo evitar aspirar los mocos flojos-. Un día llegamos de la escuela y no estabas. No apareciste más.

– No es tan fácil. No sé cómo explicarte.

– Intentá al menos. Sí fue fácil, te fuiste y listo. Fue facilísimo.

Él volvió a tomar el mate vacío que ya no hacía ruido.

– Veía a mamá llorando todos los días.

– Yo también lloré -dijo él levantando la cabeza para mirarla.

– No te vi. Solo la vi llorando a mamá. Encima te extrañaban las muy boludas. Camila también. Quiero pensar que fue porque era muy chica y no entendía.

– Yo las extrañé también -dijo él.

Ella se pasó la manga izquierda por la nariz.

– No puedo creer que hablaba con vos la pendeja -le dijo y se pasó la mano derecha por los ojos.

– También quise hablar con vos, pero nunca quisiste atenderme.

– Te hablo ahora. Date por satisfecho -dijo ella.

Movió la cabeza para verlo a los ojos.

– Que un par de risitas no te confundan. Perdono, no olvido -chupó el mate que él le pasó con fuerza. Se lo devolvió y dijo:

– Bah, no sé si te perdoné.

– Yo sé que estuve mal. Hice lo que pude. Lo que me salió -dijo él mirando el mate. Movió la bombilla de un lado al otro.

– Y ahora te salió volver.

– Quería estar con mi familia de nuevo.

– O nadie más te aguantó.

– No quería que me odies.

– Peor sería que no me importara. Odiar es un sentimiento y se tiene que querer para sentirlo.

– Yo quiero que recuperemos el tiempo. Vamos de a poco -dijo él.

– Eso le dijiste a mamá seguro -le reprochó ella.

– Se lo digo a las tres. Es la verdad. Yo quiero volver a estar con mi familia.

Se quedaron callados. El televisor retumbaba por todo el cuarto con un jingle que en otra ocasión ella hubiese cantado porque se le había pegado toda la semana. Le aceptó el mate, pero no lo miró al agarrarlo. Él cambio la publicidad. Puso otro canal de deportes.

– Yo estuve este partido -soltó ella de pronto para romper el silencio.

– El día del gol de Palermo de media cancha con la cabeza -confirmó él.

– Sí -le dijo ella-. Hablo de fútbol porque no sé de qué más hablarte.

– Peor es nada -dijo él agarrando el mate que le pasó.

Ella tenía los ojos rojos. Evitaba parpadear para que no se le caigan las lágrimas acumuladas. El cuarto volvió a quedar en silencio. Se oía la respiración de ella con algunas pequeñas inhalaciones ruidosas que daba por la nariz.

– Ya están mirando partidos ustedes. –dijo su mamá.

Entró con cinco bolsas del mercado llenas. Ella no había escuchado cuando metió la llave y menos cuando abrió la puerta. Él se paró para ayudarla con las bolsas. Puteó entre dientes la dificultad para levantarse del sillón.

Su mamá se acercó a ella evitando tapar el televisor.

– Qué lindo verte, tanto tiempo -le dijo antes de abrazarla.

– Hola Ma -dijo ella tratando de sacar la voz.

– ¿Estás bien? – preguntó su mamá.

– Sí, sí, estoy medio engripada creo -se excusó.

– ¿Qué querés comer? -le preguntó la señora.

– No, nada. Yo ya me iba.

Sabía que su mamá se iba a dar cuenta que estaba por llorar.

– ¿Por qué? Si apenas te veo. ¿Pasó algo?

– No, nada… pase un rato nomás… no me iba a quedar igual -dijo ella.

No se le ocurría una excusa.

– Me vino a traer una boleta. La de la obra social -dijo su papá acomodado otra vez en el sillón.

Ambas voltearon a verlo.

– Le pedí que me la imprima porque yo no entiendo nada de eso y la tengo que pagar.

– Sí, por eso me hice una escapada -dijo ella al instante-. Ahora me voy porque tengo mil cosas que hacer en casa y de la facu -se le había compuesto la voz.

– Ah, bueno -dijo su mamá con una ligera muestra de tristeza.

Ella la abrazó y le dio un beso. La soltó cuando sintió que volvía la sensación de llanto. Fue al sillón y saludó a su padre con un beso rápido cachete con cachete.

– ¿Cuándo venís? -preguntó su mamá.

Ella se quedó estática. No respondió.

– El domingo juega Boca contra Aldosivi -dijo su papá mientras le pasaba un mate a la señora.

– Listo, vengo el domingo a comer y de paso lo vemos -dijo ella.

Quiso irse rápido pero no encontraba las llaves de la puerta de su mamá en su manojo enorme de llaves.

Ezequiel Olasagasti.