Esta semana se cumplieron treinta y cuatro años del mejor gol de la historia. Para celebrarlo, les traemos este cuento que tiene como telón de fondo el mundial de México 86. Sin embargo, el partido más difícil será el que se disputará entre Dios y el Diablo por el futuro de la humanidad. por fortuna, el equipo de dios contará con una ayuda especial.
Por: @Ezequiel_olasagasti – @Globalonet.web
Ya era media tarde y no aparecía por ningún lado. Nadie sabía a qué hora se había escapado. Ni cómo, ni por qué, ni a dónde, ni con quién. Todos ahí, por poco que lo conocieran, estaban de acuerdo que no se perdería un momento así por nada del mundo.
El doctor estaba convencido de que algo malo le había pasado al pibe. Que desapareciera por la noche no era el problema. Si después de la hora de dormir descubría que no estaba en su cuarto hacía la vista gorda. Nunca le afectó el desempeño. Al otro día se veían y no se hablaba del tema. Era un acuerdo tácito que solo tenía con él. A los demás trabajaban con la correa más corta. Pero esta vez era distinto. A pocas horas del partido más difícil de todos, el pibe no daba señales de vida. La preocupación les invadió el alma. Sus compañeros ya se imaginaban sin su mejor jugador y referente. El DT ya sentía en la nuca las críticas por perder en esa instancia y de tal manera. Por último, la comitiva que se esperaban un millón de preguntas sobre el jugador que faltó a un compromiso tan importante. Rogaban no tener que explicar un accidente o, mucho peor, una muerte.
Mientras todo esto ocurría en el vestuario, el joven despertaba en un lugar deshabitado muy lejos de allí. Abrió los ojos. Sintió que tanta claridad le quemaría las retinas. Se incorporó frotándose los ojos, en parte para despertarse y por otro lado para irse acoplando a la luz. Miró su cuerpo, lo tocó para comprobar que no estaba herido. Vestía pantalones cortos, botines y su clásica remera con la diez en la espalda.
Su alrededor era un paisaje desierto, cubierto de niebla espesa y el cielo bien azul que parecía venírsele encima. No se veía más que el horizonte en el terreno increíblemente plano. Pegó un alarido desgarrador pidiendo ayuda y otro aún más fuerte preguntando dónde se estaba. Comenzó a caminar sin rumbo, a un paso lento. De repente, una voz retumbo desde todas partes. Era grave como para detenerlo en seco pero lo suficientemente dulce para no provocarle miedo.
-Diego, No te asustes. Necesito un favor tuyo, nada más.- se le oyó decir a la voz.
-¿Quién es?- preguntó Diego.
La voz soltó una risotada y contestó:
-Nunca digo quien soy al principio. Tengo la esperanza de encontrar a alguien que lo adivine de entrada- La voz parecía acercarse y agregó –Digamos que cuando necesitás algo me lo pedís a mí, de rodillas y con las manos juntas-
El joven abrió tanto los ojos que parecía que se le saldrían de las cuencas, con la voz algo quebrada se animó a preguntar –Barba, ¿Sos vos?-
Un hombre bajó de una escalera que nunca estuvo allí antes. Llegó junto a él y le dio un abrazo
-Hola nene ¿Cómo andas?- le dijo con un tono amistoso.
-Barba, ¿Sos vos de verdad? No lo puedo creer- dijo Diego tocando el cuerpo del hombre que tenía en frente. –No sos lo que imaginé- le recriminó al mismo creador quien llevaba una remera de los Beatles, un jean y unas zapatillas gastadas.
-¿Qué esperabas? ¿La imagen de la biblia? No pibe. Yo avanzo con el tiempo. En la época de los romanos usaba una toga y ahora uso esto – contestó el señor con una sonrisa.
-No, no lo puedo creer. Vos no podés ser Dios- masculló el muchacho mientras caminaba hacia atrás – No sabía que eras argentino- ironizó incrédulo.
-No lo soy, pero quiero hablar de una forma que me entiendas. Pero no tengo problema en hablarte en latín o en sánscrito ¿Querés?- respondió
-No, no. Español está bien que más o menos lo manejo – dijo Diego – Pero todavía no te creo-
Dios, en ese mismo momento, comenzó a flotar y un aura dorada lo cubrió de pies a cabeza. Bajo su ser, ángeles cantaron alabanzas con voces celestiales. Miró hacia abajo y dijo –Bueno ¿Me crees ahora? Dale que te tengo que pedir algo importante-
El muchacho dio dos pasos hacia atrás atónito y como tragándose su propio aliento dijo –Sí, sí te creo barba, te creo-
Se tomaron unos minutos hasta que Diego estuvo más tranquilo. Ya recompuesto de la sorpresa le preguntó a Dios que favor necesitaba de él.
-¿Conocés algo de mitología griega?- Preguntó Dios.
El joven giró un poco los ojos hacia atrás tratando de recordar y respondió –Sí, algo conozco a Hércules y Medusa o algo así.
-Bien, bien. Te explico, Hércules y los demás héroes eran seres casi divinos, bendecidos por los dioses para que luchen en su nombre. En realidad, en mi nombre.
-Es verdad, me acuerdo que Hércules tenía mucha fuerza- dijo Diego.
– Exacto. Los héroes siempre existieron, y aparecen en distintas épocas cuando son necesarios. Sólo que van cambiando sus habilidades. No es únicamente fuerza, a veces también inteligencia, estrategia, bondad, etc. Vos sos el semidiós de esta época y ahora te necesito- remató Dios
El humano río como si todo fuera una broma pero la seriedad en la cara del creador demostraba que hablaba totalmente en serio.
-¿Yo? ¿Héroe de qué? Deja de joder barba- dijo Diego confianzudo. – Mido medio metro y soy un bruto ¿Qué habilidad puedo tener?-
Ahora fue Dios el que río solo como entendiendo un chiste privado y respondió –Tal vez ya te lo dijeron pero jugás muy bien a la pelota-
Diego se sorprendió y preguntó –Y eso ¿Qué tiene que ver?-
-Hijo- se le aproximó puso su brazo sobre los hombros del joven –El fútbol es más importante de lo que pensás.
Diego exigió con su mirada desconcertada que le explicara lo que quería decir.
-Mirá, te explico – prosiguió dios -¿Por qué pensás que a todo el mundo le gusta el fútbol? Simple, porque es un juego sagrado. Fue concebido en el cielo por mí y los ángeles. Por eso, al ser algo creado por seres perfectos es un juego perfecto ¿Entendés? Yo les regalé este hermoso juego a ustedes para que lo amen como yo, y no me equivoqué. Muchos de ustedes llevan dentro esa chispa celestial que el fútbol lleva consigo. Algunos elegidos tienen la esencia que los ángeles dejan impregnadas en las canchas cuando bajaban a jugar. Ya sabés de quiénes hablo. Di Stefano, Beckenbauer, Pelé, Cruyff. Son varios los que tienen este don. Pero vos sos distinto, vos no absorbiste nada. Naciste con el futbol dentro, como si hubieses jugado toda la vida acá arriba con nosotros. No amás el fútbol, el fútbol te ama a vos-.
El muchacho se sonrojó y con la cabeza gacha dijo -Gracias barba. Gracias por regalarnos esto. Y aunque digas que es al revés no te das una idea de cómo yo quiero a la pelota-
-Lo sé nene- dijo Dios –Amás el fútbol como yo lo hago porque así te cree. Para que seas el juego echo ser. Sos como un Hércules, solo que en vez de fuerza tenés gambeta. Por eso necesito tu ayuda. Tenemos un picadito y, aunque tengo buen equipo, necesito alguien que entienda el juego como yo-
-¿Contra quién juegan?- preguntó Diego.
– Es un partido chivo- dijo Dios y con el índice señalaba sus pies –Jugamos contra el de abajo y digamos que apostamos algo importante-. Hizo una pausa y al no encontrar eufemismos remató –Jugamos por la humanidad básicamente-.
Diego se puso nervioso como al principio de la charla y dijo – Como me pedís que juegue contra “Ese”. ¿Qué voy a hacer yo? soy un hombre más, común y corriente. Me estás pidiendo imposibles. ¿Por qué se juegan eso? ¿Por qué no lo matás y listo?-.
Dios frunció el ceño y dijo -Yo soy amor, no puedo matar ni a mis enemigos. Además, la violencia es lo que él quiere para contaminar todo con odio. No le voy a dar el gusto. Le dije que la única forma de resolver todo era un partido y me dijo que sí-. Volvió a sonreír y le dijo a Diego –Al final, te digo lo especial que sos y terminás arrugando. Es un partido, olvídate contra quien jugás ¿Me vas a decir que no?-
Diego respiró hondo, miró su camiseta albiceleste y le dijo –Dale ¿Cuándo jugamos?-
El barba lo abrazo con esas palmadas fuertes de buenos amigos y le contestó –En un par de horas vienen para acá arriba. Ojo que el innombrable juega bien. Cuando todavía vivía con nosotros era el mejor wing derecho que teníamos. Sus defensores, te imaginarás, no son muy caballerosos que digamos. Igual confió que ya estás acostumbrado a las patadas.
-Algunas que otras me han dado – dijo Diego sarcástico.
Dios, tan bonachón como en toda la charla, dijo –Discúlpame en eso no me puedo meter, el fútbol será perfecto pero los árbitros son humanos. Acá no tenemos juez-.
-Che barba esto va a ser un lío ¿no? Me imagino que un partido entre el cielo y el infierno debe ser algo sobrenatural. No sé; vuelan, patean con fuerza sobrehumana, corren a la velocidad de la luz. Me imagino eso – comentó el jugador preocupado.
-No nene, la pelota no se mancha. Acá jugamos como ustedes, nada raro. Correr, barrerse, tirar un taco; eso es el fútbol. Tal vez la única diferencia con ustedes es que nosotros venimos jugando desde el principio del tiempo – dijo el inmortal.
-La pelota no se mancha, muy buena frase- susurró Diego y luego dijo en voz alta -Entonces me quedo más tranquilo-.
Faltaba menos de una hora para el encuentro y Dios decidió juntar el equipo para presentar al nuevo jugador.
-Muchachos acá lo traje al pibe, igual no nos agrandemos- les dijo.
Diego se introdujo en la ronda y comenzó a saludar a cada uno de los seres celestiales que formaban las filas. Ellos sonreían y devolvían el saludo con palmadas y arengas. El pobre humano se sentía nuevamente un adolescente debutando en primera.
Comenzaron a pelotear. Diego aprovechó para conocer la cancha. En un momento se acercó a uno que le parecía familiar y le preguntó muy respetuoso –Perdón maestro, ¿Usted quién es?-
-¿Yo?- contestó el imponente hombre- Yo soy el cinco del equipo o el volante central como prefieras.-
El argentino río y reformuló su pregunta –Sí, entiendo, pero yo preguntaba por su nombre-.
– Me llamo Miguel- dijo el mediocampista.
El joven se maravilló de inmediato y con absoluta admiración le dijo –No lo puedo creer, sos San Miguel. Yo soy devoto tuyo, pero la verdad no te parecés al de la estampita que tengo en mi billetera.-
-Y qué querés pibe si el que dibujó eso ni me conocía – contestó el santo que dejaba verse como un tipo recio.
Faltaban minutos para el partido. El equipo se juntó por última vez para decidir la formación. Dios tomó la voz de mando y comunicó al equipo:
–Muchachos, jugamos con los cuatros arcángeles abajo como siempre. Vos Gabi maneja todo desde atrás-.
–Si señor- contestó un hombre alto y rubio con la número dos en la espalda. Supuso Diego que se trataba del Ángel Gabriel.
-Bueno- prosiguió Dios – Pedro y Miguel son los que contienen en el medio. Que no pase nadie. Si tienen que repartir patadas que vuelen nomás pero que no nos tomen el medio- Los santos se miraron cómplices y torcieron una sonrisa. Como si sus botines ya conocieran lo que era morder piernas ajenas.
Un joven esbelto de piel aceitunada llevaba la número ocho. Diego desconocía de qué santo se trataba así que prestó atención cuando Dios se dirigió a él.
-Mose – le dijo Dios al joven delgado – vos jugás en el medio. Como sos rapidito aprovecha la banda izquierda-.
Diego seguía sin reconocer al mediocampista así que le pregunto a Dios por qué le decía Mose, éste le contestó que era de cariño. Le confesó que era Moisés, pero con su cuerpo de joven y no la imagen de anciano que todos conocían.
Le tocó el turno al Diego que llevaba la diez en la espalda. El todopoderoso le dijo –Pibe vos jugás de enganche pero tirado a la derecha y arriba. Como un extremo. Básicamente hacé lo que quieras, pero manejate por ese lado. Conectate con el Mose que tiene buen pie. La recibe y toca con vos, ese es su trabajo-. Miró a un apático hombre que se encontraba un tanto apartado y le dijo –Vos jugás de wing izquierdo-.
El hombre no tenía ningún tipo de expresión en la cara. Solo hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Diego no quiso preguntar de nuevo. Si lo hubiera hecho le habrían contestado que era lo que los hombres llamaban “El espíritu santo”.
-Vos sos el nueve hijito. Ponete las pilas por favor – dijo por último Dios a un muchacho delgado con cabello largo y barba tupida. A Diego no le costó trabajo reconocerlo.
Cuando terminaban de definir todo, vieron cómo se espesaba aún más la niebla. Tomó una tonalidad granate y, a través de ella, se vislumbraba un grupo de individuos acercándose. Todos eran iguales, con apariencia humana, la piel rojiza como un carbón encendido, los ojos blancos sin pupila y dientes en punta.
-¿Son esos?- pregunto Diego a Dios.
-Sí- le contestó éste muy serio.
-¿Y cuál es Mandinga?
-El único distinto.
Afinó los ojos y notó en el fondo un ser distinto. Era rubio, con ojos claros, un físico privilegiado y una sonrisa egocéntrica estampada bajo la nariz.
El todopoderoso se le acercó al diez y le dijo –No te preocupes por él. Es mi problema.
-¿Vos de que jugás Barba?- preguntó Diego.
– Soy el guardameta, el goalkeeper, arquero o como quieras decirle – contestó Dios con una risita al final.
El humano se sorprendió y le dijo -Nunca pensé que ibas a ser arquero. Te imaginaba de enganche o delantero. Tirando caños y gambetas-.
-No nene, éste es mi lugar. Es lo que más va conmigo. Cuidando a todos y parando el avance de las desgracias. Puedo guiarlos pero sin poder intervenir en lo que hacen y mi trabajo pasa desapercibido. Como verás, este puesto soy yo – se confesó Dios.
-¿Y sos bueno?- preguntó Diego con tono burlón.
– ¡Pufff! ¿Quién te pensás que le enseñó a Lev Yashin? – contestó.
No hubo un saludo entre los equipos, simplemente se acomodaron cada uno en una mitad del terreno. La cancha tenía la medida perfecta. No había sol, ni luna, ni tribunas, ni nada. Era sólo el campo con once en cada lado.
Los nunca mejor llamados «Diablos rojos» tomaron la pelota y se ubicaron en el círculo central. Nadie se animó a decirles nada.
-Dejen que saquen ellos – dijo Dios desde el arco terminándose de poner los guantes.
Sacaron y no tardó más de unos minutos Diego en sorprenderse. Tocaban la pelota entre ellos de una manera increíble. Les recordó a la Holanda del ´74. Fue un asedió total durante los primeros quince minutos contra el arco del cielo. Para ese entonces Dios ya había sacado dos mano a mano a uno de los demonios y un cabezazo esquinado al propio Lucifer.
–Vamos muchachos, uno con uno. No pueden hacerle siempre la misma pared por la izquierda- le grito a su defensa.
San Pedro se le acercó a Diego, que poca influencia había tenido en el partido, y le dijo –Pedila pibe. Pedila y encará que vos sabés-.
El joven mortal sacudió la cabeza, se olvidó de todos los seres que lo rodeaban y miró la pelota. Se notó en sus ojos que algo en su cabeza había cambiado.
Los del infierno atacaron por la derecha. San Miguel cortó el avance con una barrida llevándose la pelota limpia.
-¡EH!, ¡EH! – gritó Diego parado en el círculo central. Al tomar el esférico el diez encaró por primera vez hacia el área rival. La pelota parecía no alejarse nunca de su pierna zurda. Con un zigzag de derecha a izquierda se sacó de encima tres demonios como si fueran conos de entrenamiento. Sin embargo, la marca escalonada que le pusieron le cortó el avance cuando le faltaban pocos metros para llegar a la meta.
-¡Ojo que se despertó el pibe! – gritó Miguel con una sonrisa.
El ataque rival mermó y el partido se hizo más parejo. Diego tomaba cada pelota que cruzaba la mitad de la cancha. En una jugada Jesús le pivotó de espaldas al arco y le devolvió el balón sobre la banda derecha. El humano esquivó al lateral yendo hacia afuera y luego al volante que bajaba a ayudar de la misma manera. Tiraba la pelota contra la línea del lateral pero nunca la dejaba salir. La tomaba en el momento justo. Tiró un centro preciso a la cabeza de Jesús que, solo en el punto del penal, la tiró por arriba del travesaño. No fue la única jugada mal lograda del Mesías. Minutos después, tras un exquisito pase del Espíritu Santo, falló un mano a mano increíble. La tristeza en su rostro era difícil de ocultar. Diego se le acercó y palmeándole la espalda le dijo:
– Tranquilo flaco, ya va a salir-.
El equipo celestial termino la primera mitad con una mejor imagen. Cambiaron de lado sin descansar. Un poco de agua, unos masajes rápidos y arrancó el segundo tiempo. En su primer contacto con el balón, Diego engaña a todos aparentando un remate que terminó siendo un pase en cortada para el Espíritu Santo. Este define de primera y su remate se estrella contra el palo.
El Diablo baja a pedir la pelota, ya que hacía mucho no le llegaba. Con un amago hace pasar de largo a San Pedro que salía a cortarle el paso. Diego se le interpone pero Lucifer inclina su cuerpo para ambos lados y con un movimiento de sus piernas lo deja atrás con un túnel hermoso. Avanzó al arco de los del cielo tumbando defensores con su gran porte. Una vez que se encuentra frente a Dios finge un remate al segundo palo pero la pica con sutileza sobre el Barba que ya se había jugado. Dios salta desde el piso de una forma imposible. Aunque logra rozarla con los dedos la pelota se mete pidiendo permiso.
-¡Gol!- gritó el diablo mientras se cubría de llamas.
Los de abajo ganaban uno a cero.
Diego sacó rápido del medio con Moisés, este cubrió bien la pelota y toco para Jesús que poco atento perdió el balón de inmediato.
– Despertate hijo, estás dormido – gritó Dios mezclando bronca y tristeza.
Vengando a su Mesías, San Pedro se barrió para recuperar la posesión. Pasó para Moisés que como le fue ordenado toco de inmediato para Diego. Este tomó la pelota y picó por un costado de la cancha que quedo desmarcada. En un momento se topó con el dos del equipo rival. Con una gambeta de su rápida pierna izquierda dejó en el piso al gigante central. Este le asestó un puntapié que lo hizo volar por el aire. El árbitro pitó el tiro libre muy cerca del área. Diego le dio un par de mimos al tobillo machacado y agarró la pelota.
El apático wing izquierdo que no tenía nombre le preguntó a Diego -¿le pegás vos?-
-Sí, pateo yo- contestó él mientras movía el balón en varias direcciones con la intención de que la válvula quede donde más le gustaba.
Estaba en la parte izquierda del área. Una posición más favorable para que pateara un derecho, igualmente tomó la pelota con decisión. Hizo sólo dos pasos hacia atrás mientras la barrera terminaba de nutrirse de cuerpos. Ya tenía elegido el lugar donde quería que termine la pelota. Diego le dio un golpe rasposo. La pelota giró al mismo tiempo que ganaba velocidad y altura, la suficiente como para pasar la barrera. Apenas cruzó por sobre las cabezas cayó de forma inesperada. El vuelo del guardameta fue espectacular, incluso arañó los gajos. Pero se pegó tanto lado inferior del palo, que al entrar, la pelota quedó llena de telarañas. Retumbó el grito al unisonó de todos los celestiales. Diego corrió hacia el borde del campo gritando el gol.
Dios, como la mayoría de los arqueros, festejó con los defensores. Se trepó al arcángel Uriel, el segundo marcador central.
– Ni yo entiendo cómo la puso ahí- les gritó en medio del abrazo.
Mientras Diego terminaba de festejar con sus compañeros, los demonios ya estaban en posición de sacar del medio. Temblaban al ver al diablo con su expresión de enojo. Parecía que el miedo daba resultado. El equipo de abajo dominaba el encuentro como en la primera mitad. Esta vez fue la pierna del Arcángel Uriel la que salvo el arco del Señor de una nueva caída. Faltaban pocos minutos para el final. Muchos estaban enamorándose del empate para terminar todo en los penales. Los santos movían la pelota de izquierda a derecha, intentaban no regalar un nuevo ataque. Moisés la llevaba a los costados para aguantarla. Diego rompió la calma cuando le llegó por fin la pelota. La recibió de espaldas en su campo y, con un movimiento de pie derecho a izquierdo, no sólo volteó sino que dejó pagando a los volantes del infierno. Encaró hacia el arco rival como si fuera el minuto uno. El Diablo cruzó para detenerlo pero se comió el amague de Diego hacia afuera. Acechaba ya el área. Los centrales salieron a marcarlos buscando el hueso de su pierna izquierda. Pero el pique cortó zigzagueante, los dejaba siempre un par de centímetros lejos del balón. Uno de los golpes rozó el tobillo del diez quien sintió el contacto, pero el dolor no le llegó al cerebro. El gigantesco arquero rival puso todo su cuerpo para disminuir el ángulo de tiro y, al ver el perfil zurdo de Diego, se dejó caer sobre el lado izquierdo del cuerpo. El joven mortal arrastra la pelota por el lado que el arquero le dejó libre.
– Genio, genio- se oía gritar a varios de sus compañeros.
Diego tenía el arco a su merced para definir, sin nadie que se interponga. Todos iban juntando su grito de gol en la tráquea. Pero no pateó, Tiró un pase para el nueve que acompañó la jugada desde el inicio pidiéndola. Jesús la tomo con todo el empeine; imprimiéndole velocidad, fuerza, frustración y bronca. La pelota entro inflando la red.
– Golazo Jesús- gritó Diego primero que nadie.
El pelilargo corrió hacia él, apuntándole con el índice y gritándole –Es tuyo. Es tuyo-
-Te dije que se te iba a dar – le dijo el humano al levantarlo en el festejo.
Todo el campo rival se oscureció por el odio que el Diablo destilaba. Se apuró en acomodar la pelota para que saquen del medio. Otra cosa no podía hacer, era muy visitante.
El reloj marcaba dos minutos más. Los demonios se apresuraron y se la pasaron a Satanás. Este Dominó el balón y le pegó desde casi cuarenta metros. No pateó de forma normal, lo hizo con su poder sobrenatural. Empujado por la impotencia y el odio. La pelota fue perdiendo el cuero por la velocidad. Dios voló como lo hizo en todo el encuentro, como un mortal. Con la mano cambiada logro desviar el tiro que, de tanta fuerza, terminó quebrándole los dedos. Cayó fulminado al piso. Los centrales no sabían si felicitarlo o preguntarle si estaba bien. Se incorporó dejando estática su mano derecha y sacándose el polvo de sus pantalones largos con la izquierda.
-Estoy bien, me tiré para la foto. Es que era la última jugada – dijo Dios totalmente humilde. Decidió no hacer notar la trampa que había hecho Lucifer.
Pitazo final. En un destello todo el séquito del infierno desapareció. No querían ser buenos perdedores y mucho menos aguantar el gaste.
Todos los del cielo corrieron hacia el medio del campo. No había medallas o trofeos; sólo abrazos, risas y gritos afónicos.
-Gracias hermano, lo podías hacer vos y me lo diste – le dijo Jesús a Diego mientras le palmeaba la espalda.
-Olvídate – respondió Diego – el delantero vive de goles, sé cuánto lo necesitabas- Luego miró a Dios y le dijo –Barba, tenías razón-
-Lo malo de ser Dios es que no me puedo sorprender, ya sé lo que va a pasar y siempre tengo razón. Lo único que no podía prever es que me dijeras que sí. Era una decisión tuya y no la puedo controlar – dijo Dios.
Diego se tomó la cabeza y pregunto -¿Qué hora es? Yo tengo un partido todavía-.
-No te preocupes – le contestó su creador – yo ahora te dejo a la misma hora que te traje y con la energía intacta como si no hubieses jugado – le puso su mano en el hombro y le dijo unas últimas palabras –De esta no me olvido más. Te la voy a devolver.
Diego despertó en su cama, no llegó a responder. Faltaban un par de horas para el partido con Inglaterra. Sabía que todo fue un sueño pero lo sintió real. Se puso la casaca y los botines junto a sus compañeros. Salieron a la cancha y no sólo los recibió la gente sino también el calor y la altura. El partido lo recuerdan todos, hasta los jóvenes han visto las repeticiones. Fue trabado. Inglaterra manejó un poco mejor la pelota. Argentina buscaba de contra. Diego intentaba, pero cuando empezaba a acumular jugadores rivales era detenido. De pronto llegaron los primeros minutos del segundo tiempo. Diego incursionó en el medio desparramando rivales en una jugada, que por sí sola, merecía el gol. Intentó una pared con Valdano pero un jugador inglés la rechazo hacia atrás con gran altura. Aquí fue cuando Dios pagó su deuda. Nadie podía verlo pero los otros compañeros de Diego se encontraban en la cancha. San Pedro le agarró la mano al línea, San Miguel le tapó los ojos al árbitro, Jesús y el Espíritu Santo impulsaron el salto de Diego, los arcángeles se colgaron de la humanidad de Shilton quitándole altura. Finalmente, la mano de Dios tomó la de Diego para empujar la pelota. Tal vez el cuadro de Juan Pablo Peralta explique mejor el momento. Diego salió festejando para disimular la canallada que había hecho.
Dios cumplió, le dio una mano a Diego, literalmente.
Pero eso no fue todo. Esta vez no intervinieron, pero cuando el diez la tomó detrás de la mitad de la cancha de espalda. La pasó de pie a pie dejando a dos ingleses pagando. La voz de Jesús se presentó en su cabeza y le dijo –Es la misma jugada hermano, esta vez es tuyo-.
Diego encaró en una jugada que resume la belleza del fútbol. Seis jugadores y un arquero más tarde, el diez metía el mejor gol de la historia. Esta vez salió corriendo dejando fluir su grito de festejo. No tenía que disimular, este gol suyo era válido. Celebró mirando la tribuna. No pudo evitar fijar su vista en un hombre alto, rubio y de ojos claros que le resultaba familiar. No dejaba de hablarle a una mujer joven, de cabellos claros y con una ropa que parecía de doctora o alguien de la salud. No llegaba a ver el nombre de su gafete pero si la bandera estadounidense cosida en su pecho. Recibía instrucciones del misterioso hombre rubio que señalaba a Diego al hablar. El joven jugador dejó de preocuparse por su diálogo y volvió a concentrarse en el partido. Aún faltaba mucho e Inglaterra buscaría el descuento.
Ezequiel Olasagasti.