¿Cómo que jugás al golf?

El sueño húmedo de todo meritocrata es encontrar a alguien de una realidad social vulnerable, que llegó a codearse con ellos gracias al esfuerzo. Hay deportes privativos, los llamados “Deportes de chetos”. Esta etiqueta parece alejarlos del gusto de un pibe cualquiera del barrio como si a este solo pudiera fanatizarse con el fútbol y nada más. Dylan Reales, de 14 años, es oriundo del barrio 31 y pudo (después de años de mirarlo del otro lado del alambrado) jugar al deporte que le apasiona. Fue su historia la que inspiró este relato que no afirmamos (ni negamos) que tenga puntos en común con la infancia del autor. Aclaramos que si coincide con algo de la realidad, es pura coincidencia.

Por: @Ezequiel_Olasagasti@Globalonet.web


Lo bueno del tráfico es que me da tiempo de pensar. ¿Qué voy a decir en el barrio cuando me pregunten? Pienso en no decir nada, pero es complicado. Ya en el colectivo me ven raro con esta bolsa gigante. Es una mirada rara, de una extrañeza que me confunde. Son miradas menos cargadas, menos pesadas. Como si esta vez no vinieran de arriba. Nunca me miraron así. En realidad, nunca me miraron. Más bien, me vigilaron.

Tener este bolsón pareciera que les habla de mí. Les dice cosas que yo no soy pero que se imaginan. Por eso me carcome pensar ¿Qué voy a decir en el barrio? que discurso me puedo armar y que no se me caguen de risa a la mitad. No diría nada, pero seguro van a ver los palos. Alguien los va a ver y se va a esparcir el rumor.

¿Qué digo? ¿Cómo hacerles entender que esta es mi pasión? Siento que tengo que pedir perdón. Que por jugar al golf ahora soy todo lo que el barrio odia. Ese deporte de chetos. Ese deporte de garcas. ¿Qué les digo? No lo van a entender. No me van a invitar más a jugar a la pelota. “Anda a jugar con tus nuevos amigos de plata”. Sí, pienso que eso me van a decir. Como si no pudiera hacer las dos cosas. Como si no hubiese sido yo el que metió el gol con el que ganamos la final de torneo relámpago que jugamos en lugano la semana pasada. ¿Van a tener la cara? Sí, seguro que sí.

De chico era más fácil. Son boludeces que hacen los nenes y a nadie le importa. Mis viejos se reían cuando agarraba el paraguas de la abuela y le pegaba a unos limones viejos que sacaba de la heladera. Me acuerdo que jugaba a meterlos en el hueco del desagüe del fondo. “Este nos va a salir golfista” decía alguno y todos largaban la carcajada. Obvio que se van a reír, se reían como si fuera un chiste. Porque un chiste es algo ilógico o irreal que nunca va a pasar. Esto era un chiste, pensar que yo pudiera jugar al golf. Pensar que alguien del barrio pudiera jugar a algo que no fuera fútbol. Pensar que al golf juegan los chetos de Palermo solamente. Era todo un chiste hasta ahora pero ¿Cómo se los explicó?

De pibes era todo más fácil. En ese entonces éramos todos unos boludos que jugaban a lo que fuera. Mirábamos “Prohibido pasar, Hércules vigila” en la tele y al otro día estábamos todos creyéndonos jugadores de béisbol. Agarrábamos un palo de escoba y le pagábamos a una pelota de tenis. Nadie decía nada porque éramos chicos. Jugábamos al NBA Jam en el sega de Germán y al otro día estábamos todos tirando la pelota de goma contra un balde colgado del árbol. Pero eso duraba una semana como mucho. Siempre volvíamos al fútbol, lo que jugamos siempre, lo que se veía en casa, lo que queríamos ser de grandes. Bueno capaz no todos.

Los pibes estaban día y noche en la cancha. Puliendo habilidades, esforzándose, tratando de ser mejores para pegarla, para tener una oportunidad. Yo también, pero en otra cancha ¿Lo entenderán? Yo practique tanto como ellos, me salieron cayos en las manos. Me tomé tantos bondis como ellos cuando se iban a probar a Lanús, a Boca, a Racing o a Temperley. Pero no, yo soy el cheto de mierda. El que juega ese deporte de garcas. ¿Qué es lo difícil? Seguro me dirán. Si me dicen que es como jugar al pool o al bowling te juro. Me va a costar un huevo comprarme otro, pero les rompo uno de los palos por la cabeza.

En casa un día se dejaron de reír. Del paraguas pasé a un palo de verdad. Del desagüe del fondo pasé a un hoyo en un Green. De jugar solo pase a jugar contra otros y a ganarle a todos. Un día vinieron a decirle a mis viejos que yo tenía talento y que me iban a ayudar con las cosas para que juegue de manera profesional. Un día vinieron y le dijeron “Che, esto no es un chiste”.

Casi me paso de la parada. La bolsa de palos es muy molesta para llevar. La gente se corría en el bondi sin que tuviera que pedirle permiso. Pero me seguían mirando raro. Como preguntándose si mi Mercedes Benz está en el mecánico y tuve que traer mis palos en colectivo porque no me quedaba otra. Porque, obvio, ¿Quién juega al golf si no es un cheto de mierda con una super nave? Mira si va a viajar en bondi.  

Ezequiel Olasagasti.