El mantra de Matellán

Se cumplen 20 años de la final intercontinental entre Boca Juniors y Real Madrid. La última final Internacional perdida por el merengue. Mucho se ha escrito sobre la gesta del club de la ribera contra los galácticos. En esta ocasión haremos foco en uno de los protagonistas menos pensados, que forjó en ese encuentro la proeza que marcaría a fuego su nombre en las conversaciones históricas futboleras argentinas.

Por: @Ezequiel.Olasagasti@Globalonet.web


Hay dos chicos en un bar, ambos muy futboleros. Hablan sobre la Intercontinental que Boca le ganó al Real Madrid, en Japón. Uno comenta el tremendo partido de Riquelme, el otro hace hincapié en la falta de concentración de los merengues en los primeros minutos. Un silencio nace de ese momento donde uno termina de masticar y el otro se zampa el último trago del porrón de cerveza. Es ahí que se les acerca un hombre y le pregunta si puede robarles el salero.

 —Sí, obvio maestro. Llévelo.

Siguen debatiendo sobre partido hasta que el mozo se les acerca para dejarle otra botella de cerveza. Mientras la destapa les pregunta

— ¿Vieron quién les pidió la sal?

Los chicos se quedan en silencio y con el cuerpo estático

-Era Matellán- dice el mozo

-El que anuló a Figo- gritan los jóvenes al unísono.

Decir que la vida no ha sido justa con Aníbal Matellán sería una exageración. Más bien, sería directamente una mentira ya que fue por demás exitoso. Pero sí podemos afirmar que su nombre quedó pegado a una frase que todos repiten como un mantra. Son pocos los que lo reconocerían si lo ven por la calle. Tal vez solo los bosteros más acérrimos. Muchos incluso no saben que se llama Aníbal. Pero si hay algo que todos saben, como termina la frase.

El interlocutor dice —Matellán.

Y el receptor escupe —El que anuló a Figo.

Y lo dirá sin pensar. Como por una obligación. Como quien dice “Gracias” cuando el que entra al comedor le dice “Provecho”. Es inevitable, inevitable e injusto. Puede al menos el buen “Mate” gozar de la tranquilidad que el mantra que se ancla a su nombre es positivo. Hay muchos jugadores que cargan con la cruz de una frase que convierte a su apellido en sinónimo de odio. Rodrigo Palacios, por ejemplo, está en el puesto número 15 en la tabla de goleadores históricos de Boca, y con la desventaja de haber jugado menos tiempo en el club que muchos de los que lo sobrepasan. Ahora, es altamente probable que cualquiera que escuche el apellido Palacios termine diciendo la frase: “Era por abajo”. 

La sinrazón con Matellán es que su fama se limita a un partido. Mejor dicho: “El partido”, dirán todos. Es verdad, no se puede negar. Hay momentos que uno tiene una sola oportunidad en la vida para brillar. Hay un solo momento donde tenés que dejar todo. Algunos pueden hacerlo y otros no. Porque, hay que entender también, uno puede dejar todo y, a veces, todo lo que tenés no basta. “Mate” lo sabía. Ese era su momento. “One shot/ One opportunity”, como cantaba Eminem en “Lose Yourself”. Los planetas se habían alineado para que ese fuera su partido. Porque él ni siquiera iba a ser el titular. El puesto originalmente era de Daniel Faggiani, un ex Newell´s Old Boys que venía de jugar en el Valencia de España. Arruabarrena había emigrado unos meses antes, y Fagiani, contaba con la envergadura para cubrir el tremendo vació que este había dejado. Todavía estaba fresco en el recuerdo de los hinchas los dos goles del “Vasco” en la final contra el Palmeiras. Pero el Virrey, que por algo es el Virrey, vio que Faggiani no estaba en el nivel requerido para el compromiso (Faggiani terminó dándole la razón). Fue así que Carlos se la jugó por ese central con poca experiencia por la banda izquierda llamado Aníbal Matellán. Ahí estaba la oportunidad de “Mate”. Todo lo que el no podía controlar se puso a su favor, lo demás dependería de él.

Fue como esas historias que nos gustan. No el partido, más bien su partido. Fue David contra Goliat, o Rocky Balboa contra Apollo Creed, o Boca contra “Los galácticos”. No se esperaban caños, ni goles, ni pases milimétricos. Matellán tenía su misión: anular. No permitir el juego del mejor de ellos. Eliminar el fútbol. No permitir que ocurra lo más lindo del fútbol. Borrar los desbordes, los lujos, los centros y los goles de ese del que todos esperaban algo. Su trabajo fue hacer que todos digan: “¿A este le dieron el balón de oro?”. Matellán sabía que tenía las de perder, reconocer tus falencias puede ser tu mejor ventaja. “Salí a jugar con la mayor caradurez posible”, dice Aníbal cuando le preguntan por su proeza. Fue ahí que se transformó en fútbol. En el otro lado pero sin pasar al otro lado. En la defensa, pero la defensa bien entendida. En el tiempista, el del pie en el lugar adecuado, el que la tira al lateral y arranca un aplauso. En la estrategia y no en la maña traicionera.  Se convirtió en el que anuló y no en el que lesionó a Figo.

Así quedó marcado el mantra de Matellán. “El que anuló a Figo”. “EQAF” si quieren ponerlo como anagrama en una casaca. Ese mantra injusto que tapa los demás logros de un jugador con una carrera envidiable. Jugó varias temporadas en el Shalke 04, de Alemania, y en España en el Getafe para terminar de juntar los ahorros de la vejez. Alguien que hasta le tocó marcar a un pibito habilidoso que hacía sus primeras armas en el Barcelona y cuyo dorsal rezaba el apellido “Messi”. Uno de esos pocos jugadores que pueden decir— Yo sé lo que pesa la Copa Intercontinental.

Nadie dice Matellán “El del gol de chilena contra el Vasco da Gama”, en ese pase a la semis de la copa libertadores 2001 que, además, Boca volvió a ganar. El boca de Matellán. Tampoco dicen Matellán: “El que ganó la sudamericana con Arsenal de Sarandí”, cuando era parte del equipo de Alfaro, en 2007. Sí, Arsenal ganó una copa internacional. Pasa que Arsenal carga con su propio mantra: “Arsenal, El equipo de Grondona”.

Si es verdad que existen infinidad de universos paralelos donde se viven las mismas historias con los mismos protagonista, seguro en todos ellos Figo la rompe, mete tres asistencias, un gol y lo elijen el jugador del partido. Tal vez en varias de estas realidades el titular terminó siendo Fagiani. Pero en este universo, en el que vivimos nosotros, jugó Matellán. El que supo aprovechar la oportunidad.

Ezequiel Olasagasti