Una pequeña historia periférica del deporte

En el deporte hay miles de historias que contar. Pero contarlas sería lo simple. Es momento de ir más allá. De que no sean miles, que sean millones. Así como salen spin of de las series. Es mundo del deporte tiene sus otras historias. Esas películas lado B que no llegan al cine interpretadas por Morgan “Voz de Dios” Freeman, ni Sylvester Stallone. Esas son las obvias, las que llegan porque pasan bajo la órbita de los reflectores. Estas son historias mínimas del deporte. Cortas, cotidianas, simplonas. Como la anécdota que contás mil veces en un asado y, aunque es una boludez, todos terminan diciéndote que tendrías que hacer stand up.

Por: @Ezequiel.Olasagasti – @Globalonet.web


El mundo deportivo es más que lo que pasa dentro de la cancha, más que en la tribuna el vestuario. Hay alguien que tuvo que cortar el pasto de esa cancha, que pintó esas tribunas y alguien que limpió las duchas del vestuario. Y, ¿Quién sabe las historias que se escondieron en esas acciones tan terrenales? Tal vez Cacho llegó, corto el pasto, se tomó una birra con Luis en el bar del gallego y se fue a los piques porque le prometió a su mujer que iba a comer en casa. Pero hay veces que las historias pasan por encima cualquier guión cinematográfico. Son mejores que la del que metió el triple haciendo temblar el tablero bajo el grito de la chicharra.

Tomemos el caso de Raimundo Arruabarrena, relator de la campaña del Deportivo Teniente Rivarola de General Pico. Raimundo, o «El francés» como le dicen sus amigos, representa en su vida de relator los más altos valores del deporte. No rendirse, dar el 110 por ciento y honrar la camiseta, camisa en su caso, que lleva con hidalguía incluso con los cuarenta y cinco grados que hace en las tribunas de las canchas del torneo Federal.

Como muchos chicos del pueblo El francés gastaba la mayor parte del día pateando la pelota por los diferentes terrenos baldíos que regalaba el paisaje despoblado de La Pampa. No era talentoso, pero su esfuerzo y compromiso con el equipo eran irreprochables. Tampoco contaba con un físico que hiciera olvidar a los ojeadores del club su falta de gambeta. En esas épocas, si sobrepasabas el metro setenta al menos te tenían en cuanta para la reserva, aunque fueras un tronco con ojos. Ni hablar si eras un tanquecito de dos metros, ahí fija que te ponían en el centro del área para que te lluevan los centros. Pero el pobre francés no tuvo la chance. Nadie puede decir que no lo intentó. Probó por la derecha, por la izquierda. Quiso ser cinco pero ni a pegar llegaba, pensó que de central se le haría todo más fácil pero se quedaba siempre enganchado del off side. Fue difícil para el ojeador del club decirle que no tenía condiciones. Más aun teniendo en cuenta que era su padrino de confirmación y que  lo veía todos los días cuando iba a comprar pan al almacén que atendía su mamá.

El francés no dejó de ir al club. Se ofreció a cortar el pasto, recoger las pelotas después de los entrenamientos y hasta ser uno de los que sacaban a los jugadores lastimados en la camilla. Pensó que si seguía practicando le darían otra oportunidad. Cuando se daba el partido entre titulares y suplentes se acomodaba en las tribunas para ver mejor todo y aprender. Fue el loco Pablo quien  que lo escuchó por primera vez. El francés hablaba en voz baja, sin pensar. Las palabras se le escapaban de la boca, se le caían. El loco Pablo se le acercó para escucharlo mejor y comprendió que estaba relatando el partido.

—Nene, si estas relatando la práctica habla más fuerte. Me ayudarías un montón que estoy medio ciego.

Al francés se le tiño la cara de un rojo que empataba a la remera del club que llevaba puesta. Empezó a juntar las cosas para irse, pero «El loco» Pablo lo paró. Le dijo que no lo estaba cargando, que quería escuchar lo que pasaba en el partido de práctica y saber si su hijo Darío, estaba jugando. Se volvió a acomodar en el cemento de la platea, sabía quién estaba en cada posición. La mayoría eran sus amigos del barrio con los que jugó toda la vida. Subió el volumen de su voz. No cambio lo que decía, tampoco intentó sonar más profesional. Se sentó a mirar el partido como todos los días y dejó salir las palabras.

Sin cambios, sin entonaciones, sin metáforas nuevas, solo aumentó el volumen. Relató toda la práctica. Darío, el hijo del loco Pablo, jugó horrible y El Francés no se esforzó por ocultarlo. No le salía ocultar cosas porque las palabras le subían del pecho no le bajaban de la cabeza.

En las prácticas que siguieron, el loco Pablo se le sentaba al lado, ni le preguntaba. El francés ya relataba a un volumen estándar que le permitía escuchar tanto al viejo como a algunos pibes de las inferiores que se sintieron atraídos por las palabras del canchero, aguatero y camillero devenido en relator.

Cuando se presentó ante las autoridades de la radio del pueblo pidiendo ser el nuevo relator de la campaña del “Teniente” en el federal B se le rieron en la cara. Fue un duro golpe. Sintió que aquellos que lo rechazaron como jugador habían tenido más tacto, y al menos, antes de rechazarlo, lo dejaron mostrar sus habilidades (o la falta de…). En la radio lo mandaron a freír churros, sin siquiera escuchar el pen drive que llevó con lo mejor del partido que Rivarola le ganó a Defensores de Lago Turbio por 3 a 0. Lo mismo le paso en “Tele General”, el canal de General Pico, e incluso en “Rivagol.com”, un portal digital especializado en pasar los partidos del Teniente para Facebook y YouTube.

Lo de «Rivagol» fue lo que más le dolió, pero fue también la chispa que necesitaba para prender una nueva idea. Era martes, no había entrenamientos y el pasto estaba bien prolijo. Tenía dos días para prepararse. Fue al centro y, después de una escala por la tienda de empeños, volvió a casa con un celular nuevo, un trípode y un micrófono con auriculares incluidos. El primer partido que transmitió con su canal, “La Camiseta TV”, lo escucharon solo unos pocos. El segundo, la audiencia tuvo picos de treinta personas. Las redes que creó para el canal fueron ganando seguidores, y no le tomó mucho tiempo superar los diez mil. Ya para el tercer partido, un cero a cero aburridísimo del conjunto de General Pico contra Huracán de Las Piedras, la gente del otro lado de la pantalla escuchando al francés superaban los mil quinientos. No leía los comentarios, como no miraba al loco Pablo y a los pibes en la tribuna cuando les relataba las practicas. Él se sentaba a mirar y dejar que la boca se le llenen de palabras hasta que se le caían de los labios.

Pasaron los meses, y El francés comenzó a relatar los partidos de otros clubes del torneo a pedido de los clubes. Incorporó al loco Pablo como comentarista, y juntos recorren el país con el flamante auto que se compró gracias a las publicidades que bancaban a su medio gracias a las redes. La última que habían conseguido era de la mismísima radio del pueblo que anunciaba sus noticieros en la voz del relator que habían rechazado meses antes. A estos les cobró un poco más que al resto como venganza.

Esta es una de esas historias paralelas del deporte. Donde el fútbol es el marco de lo que pasa y no la historia en sí. Una de esos casos de superación que tanto nos gusta pero sin la pelota en los pies ni goles en una final imposible. Hoy El francés sigue relatando, tanto el torneo argentino B como el torneo argentino A y también la reciente Copa Argentina. Sus transmisiones superan los diez mil usuarios por partido incluso cuando el encuentro no presenta ningún atractivo.

-Saludos a todos los oyentes y bienvenidos a «La Camiseta TV», el medio que nació hace tan poco y que con su ayuda ya supeja las miles de gepjoducciones en cada pagtido. – Dice El francés en el inicio de cada transmisión y agrega  -Mi nombge en Geimundo Ajuabagena y junto a mi compañego Pablo Insaujalde estagemos llevándole lo mejog de un nuevo encuentjo entge el Depogtivo Teniente Givajola y el club social y dpogtivo Luz y Fuegza de Santa Josa.

 El loco Pablo es el que se encarga de manejar el Feed back con los oyentes. Aprendió a borrar comentarios con la velocidad de un ingeniero en sistemas o un hacker de la CIA. El francés nunca mira lo que escriben pero para que arriesgarse. 

Ezequiel Olasagasti.