Nuestro columnista de los sábados se fue a Brasil de vacaciones y nos trajo de recuerdo un perfil sobre Sócrates. Uno de los jugadores más exquisitos de la larga tradición brasileña y recordado por su compromiso social desde el deporte.
Por: @Ezequiel.Olasagasti – @Globalonet.web
Le pegaba con las dos, con la izquierda y la derecha, como todo crack. Con la derecha le pegaba al arco, zapatazos de 25 o 30 metros que los arqueros no llegaban ni a rozar. Con la derecha tiraba tacos para compañeros que no tenían tiempo de deducir como los había visto de espalda. Tacos que fueron una marca registrada y que, se dice, incluso utilizo para ejecutar penales. Con la derecha armaba el juego del medio campo en uno de las selecciones brasileñas más recodadas, pero menos ganadoras. Pero, ¿Con la izquierda? Con la izquierda era con la que más fuerte pegaba, porque era con la izquierda con que le pegaba a la derecha.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Olivera, o simplemente Sócrates como lo conoció el mundo que no se aprende los nombres kilométricos de Brasil, Nació el 19 de febrero de 1954 (por unos días no pudimos meter el chiste de “Sócrates es de piscis”). Su ciudad natal fue Belém, en el Estado de Pará. Muy al norte del São Pablo y Río de Janeiro donde se desarrolló como futbolista. Fue el mayor de seis hermanos, de una familia con una rica cultura literaria y filosófica impulsada por su padre, un funcionario público amante de los libros. De hecho, Sócrates fue nombrado así porque en ese entonces su padre estaba leyendo “La república” de Platón. Dos de sus otros cinco hermanos también llevaban nombres de filósofos, uno era Sófocles y el otro era Sóstenes.
Sócrates heredó la pasión por la literatura y la filosofía de su familia que siempre lo impulsó a seguir con sus estudios y prepararse académicamente. Hay que decir que este tuvo la posibilidad de contar con estudios de joven y adolescente por la buena situación económica de su familia. Tal vez, no puede decirse que era un zurdo con IPhone (porque no existían todavía) pero el hecho de que comiera todos los días y pudiera ir a la escuela lo ponía en una situación de privilegio sobre la mayoría de niños de su edad en Brasil.
Como todo brasileño desarrolló amor por el fútbol, cosa que aumentó cuando su familia se mudó a São Pablo donde ese deporte se respira en todas partes. Su alta capacidad mental y deportiva le permitió estudiar como quería su familia y también ser jugador profesional del Club Botafogo a los veinte años. Realizó ambas pasiones a la par y, solo dos años después de su debut en primera división con “La pantera das Américas”, consiguió su doctorado en medicina en la Universidad de São Pablo. Aunque nunca ejerció.

Sócrates fue de esos “tocados por la varita”. Esos jugadores que nacieron en la época adecuada. Esa época de la que ya hemos hablado, pero se la recordamos si quieren. Un tiempo donde, si eras talentoso, no había entrenamiento necesario. Una época donde un flaco desgarbado, lento, que corría raro, fumaba en el entretiempo y tomaba cerveza todo el día podía ser el mejor de los mejores de su tiempo. Aquí ponemos el nombre de Sócrates, pero podrían ponerse el de Cruyff, Garrincha, René Housemann, y una larga lista de etcéteras. He aquí otra de los privilegios de “El Doctor” (como lo llamaban los relatores) ese talento innato te permitía esquivarle a las prácticas para leer más libros y pensar cómo hacerle frente a la dictadura militar que, con su llegada en el año ´64, había generado el suficiente miedo en su padre para que quemara sus tan preciados libros por ser considerados comunistas. Algo que perturbó a nuestro joven protagonista de hoy.
En el año 1978, con un campeonato paulista con Botafogo y el mérito de ser uno de los mayores goleadores del país, firma contrato con el que se convertirá el club de sus amores: El Corinthians, paradójicamente, el club más revolucionario del Brasil. Como dato de color, fue el único que cerró sus puertas a la campaña presidencial de Bolsonaro. Allí, se convirtió en una de las figuras del equipo consiguiendo ser campeón en el ´79 y convirtiéndose en parte de la selección nacional. La dictadura militar brasilera se encontraba en el mismo pico de rendimiento, sería una lucha pareja para “El Doctor”.
Sócrates no ocultaba su preferencia política de Izquierda. La derecha para él era solo la pierna con la que llevaba la pelota o el puño que levantaba para celebrar los goles esperando que el público entendiera que lo hacía como protesta contra la dictadura. Sí, eran épocas donde un festejo podía ser una dedicatoria contra un régimen dictatorial y no una demostración de tus dotes rítmicos contra el banderín del córner. El talento deportivo y el amor del público al doctor le otorgó cierta inmunidad contra los milicos. Tal vez no era negocio matar a la figura de unos de los equipos más grandes de la ciudad y del país. Por cierto, también uno de los mejores jugadores de la selección brasilera. Un hombre admirado internacionalmente. Porque esa selección daba gusto ver, la que bailó a la selección a quien era vigente campeón mundial: Argentina, en el mundíal de España ´82, que además, agregaba a Ramón Díaz y a Diego Maradona. Esa Argentina que ilusionaba. Diego no solo no influiría en la paliza que Sócrates y compañía le estaba pegando al conjunto albiceleste, sino que terminaría sufriendo su única expulsión por mundiales. “Me equivoque en hacerle la falta a Batista, le quería pegar a Falcao”, confeso “Pelusa” después. Pero ese año ´82 dejo algo en Argentina que Brasil aún no tenía. Una dictadura militar al borde de la extinción tras la masacre que resultó Malvinas.
En Brasil, el Corinthians formaba la llamada “Democracia Corinthiana”. Este movimiento fue impulsado por Sócrates y otros de sus compañeros de equipos que simpatizaban con la izquierda como Wladimir, Zenon y Casagrande. Este movimiento consistió en que las decisiones del club serian tomadas por todos los integrantes y que todos los votos valdrían lo mismo. Más o menos lo que dicen todos los clubes pero haciéndolo de verdad. Es decir, que si se planeaba comprar un jugador la opinión de los jugadores, el cuerpo técnico y hasta los que arreglaban la cancha contaba. Lo mismo para cualquier negocio que el Corinthians quisiera hacer. Es como si acá se quisiera comprar un jugador (solo porque uno de los miembros de la comisión directiva es dueño de parte del pase o amigo del representante, cosas que no suceden, claro) y que los kinesiólogos tuvieran la potestad de impedírselo. Sigamos soñando.
Fue un movimiento arriesgado que se oponía a las formas de Gobierno histórica de los clubes y que volvía a desafiar a una dictadura brasilera que no podía hacer más que advertir y regañar. Sócrates era cada vez más grande y a los militares (aunque nadie lo sabía) le quedaban menos de tres años en el poder.
Los resultados acompañaron, y ese nuevo Corinthians democrático se consagro bicampeón del campeonato. Sócrates se encargaba en cada partido no solo de romperla sino de seguir poniendo clavos en el ataúd de la dictadura. Las remeras del “Timão” tenían impresas la palabra democracia o la consigna “Día 15 vote” en referencia a las primeras elecciones a gobernador de São Pablo.
A los treinta años “El doctor” se fue a la Fiorentina, con la satisfacción del deber cumplido y en medio de un Brasil democrático. Solo jugó veinticinco partidos oficiales y regresó a jugar por el Flamengo, de Rio de Janeiro. Quizás, esa temporada en Italia fue solo para poder estar más cerca de la cultura que el tanto amaba. Era una época que los latinoamericanos no se iban de sus clubes tan fácilmente. Para alegría de los que ganaron copas libertadores en los ´70 y los ´80 al saber que en esos años era algo mucho más difícil de conseguir.
Las últimas grandes clases internacionales que “El doctor” dictó con la selección Brasileña fueron en el mundial de México 1986. El mundial de las figuras exquisitas y las revanchas contra las injusticias de los poderosos. Por un lado “El Diego”, que cuatro años antes había sufrido a la Brasil de Sócrates, se vengaba de Inglaterra metiéndoles el gol que más los enojó y el que más los impactó en la historia. Por otro lado de la llave, Sócrates intentaba llevar su mensaje más allá de Brasil. Se colocaba vinchas blancas que decían “México sigue en pie”, en apoyo a las víctimas por los terremotos del año ´85 o “People need justice”, como un mensaje mundial para los espectadores. Y como no ver esas vinchas, si jugaba con la cabeza siempre levantada, con elegancia. Sin necesidad de correr para que puedan leer bien claras las palabras en su frente. Ni siquiera para patear los penales, contra Italia patio sin tomar carrera, como en la canchita de cinco o en la playa. Pero cuando lo hizo de nuevo no salió. Es que así era, casi que parecía no importarle, con una displicencia llena de confianza. Fue lo último de Sócrates en mundiales, ese penal contra Francia en los cuartos de final. El día que erraron todos los talentosos: Zico, Platini y “El doctor”. Fue lo último importante en una selección legendaria que no ganó nada. La selección de la elegancia sin premio. De esas que se guardan en el cajón de la historia junto a la naranja mecánica o la selección de Yugoslavia. Una selección sin títulos mundiales ni copas américas. Que fracasados ¿No?
Ya fuera del fútbol inauguró una clínica para deportistas en el Botafogo que lo vio nacer futbolísticamente. Escribió columnas y comento partidos para despuntar el vicio de seguir impartiendo su conciencia de clase construida sobre la base de la lucha y la educación. ¿Cómo técnico? Poco y nada.
El final lo encontró casi como él había pedido. “Quiero morir un domingo y con el Corinthians campeón”. Un domingo 4 de diciembre de 2011 dejaba el mundo físico a la madrugada. Ese mismo día su querido “Timão” gritaba campeón por las calles de São Pablo. No estaba “El doctor” para festejarlo. Tampoco para brindar. Fue demasiado lo que «brindó» en vida, tanto así que tuvo cirrosis hepática por los excesos en el consumo de alcohol y tabaco. Es que ¿Quién le iba a decir que no tome? Si mirá como juega tomando y fumando. Había problemas más graves, problemas sociales. Había una dictadura por tirar, había un capitalismo al cual oponerse. El problema de uno no podía ser más importante que el todos. Al menos eso imaginamos que decía “El doctor” si le tocaban el tema.
Ezequiel Olasagasti.
