Como toda enormidad el grito de gol puede ser divido. Tal como el mundo se divide en continentes, los continentes en países, los países en provincias y así. Y aquí hablamos de una enormidad abstracta encima. Como un movimiento o una corriente. Cuando un grito de gol es parido lo hace como cualquier humano del mundo, es decir, nace siendo único e irrepetible. No obstante, Sus características pueden ubicarlo en algún grupo o “tipo de grito».
Por: @Ezequiel.Olasagasti – @Globalonet.web

No hay nada más universal que el gol. Bueno, dirán que el S.O.S. Pero eso fue planeado, inventado para beneficiar el pedido de ayuda una persona en cualquier parte del mundo. El gol es distinto, se abrió paso. Llegó a cada rincón sin que nadie lo lleve, como una niebla extraña que termina pegándose a los cristales por las mañanas y dejan su marca hasta la noche. Algunos lo escriben gol, otros ponen goal. Pero la gramática no nos interesa hoy, estamos hablamos de él en su versión más pura e intangible: El gol nacido de la garganta. En las tribunas de Turín o las de Tokio. Las de Chubut o las de Minnesota, los insultos a los jugadores son todos distintos. Cada uno en su idioma. Solo hay una palabra que puede escucharse en esos lugares que podría entenderse en cualquier otro, que comprende todo jugador en cada punto del globo. Cuando se grita un gol.
Hay “gritos de gol” simples, comunes. Esos que nacen de un partido del montón. Del 1 a 0 en mitad de un primer tiempo. Goles con un traje de decibeles moderados. Que los acompañan un puñito y una puteada leve. Estos goles pueden tener hermanos que serán mayores o menores dependiendo la intensidad del partido y el trabajo del rival. Si es un gol que marque un 2 a 0, un 3 a 0 o cualquier otro tipo de goleada con baile, será un grito aún más leve. Será una sonrisa que permitirá que se pronuncie rara la O de gol o que ni siquiera se escuche. Serán goles que traerán en su cola el análisis de la jugada y la importancia por conocer el nombre de quien lo metió.
Hay goles que no son más que una palabra en medio de una frase. Generalmente cuando es el descuento de un resultado irremontable “Ahora meten gol la puta que los parió”. Lamentablemente, son esos los goles que se olvidan más rápido. Ahora bien, si es un gol que de vuelta un partido en el último minuto ese grito tendrá la potencia de una turbina de aeroparque. Será un grito prolongado con una hilera de puteadas que maravillarían a cualquiera por su originalidad, dicción y claridad para pronunciarlas a velocidades impensadas. Serán gritos que romperán mesas, platos, vasos o cualquier elemento cercano, porque son gritos tan potentes que conllevan una ola expansiva que mueve los brazos hasta pasarlos de un puñito a un puñetazo. Aunque también puede hacerte abrir las manos hacia un abrazo al que te acompaña, aunque no lo conozcas, aunque hacía solo cinco minutos querías matarlo por bruto, aunque apeste a chivo y a humo de cigarrillos Melbour. Esos gritos de gol vaya que recuerdan más.

Hay gritos de gol que no lo son. Gritos camaleónicos, goles usurpadores de identidad. Gritos vociferados sin pensar cuando miramos otros deportes que no podemos separar de la visión futbolística. No importa que sea, nuestra tribuna es siempre una popular. Gritos de gol que suenan mejor, que son más fáciles de vomitar que los gritos de tantos, gritos de triples o gritos de puntos. Simplemente la palabra “tanto” no se puede gritar con euforia, así como una lata de atún no se puede acompañar con licuado de banana.
Hay gritos que no lo son, que quedan enquistados. Gritos que nacen de la garganta pero se chocan con una represa que no les da vía libre al exterior. Gritos que no pueden salir porque despertaran al nene que tardaste dos horas en que se duerma. Son gritos invisibles, que no vibran en el aire. Gritos mimos que solo se reconocen por ver los labios en forma de O y el batir de ambos puños.
Hay algunos que ni eso. Son mudos e invisibles. Gritos de gol que solo existen en la mente mientras que de tu boca salen puteadas. Y rogás que te los escuchen los contrarios que comparten platea con vos. Rogás que no se enteren que en la mente tenés otra camiseta de la que llevás puesta ahí.
Hay gritos de gol que nunca salieron. Gritos que estaban listos. Gritos esperados por todos. Gritos de gol que se armaron pero implocionaron cuando la pelota chocó contra un palo. Gritos que perdieron la letra G del principio y cambiaron la O por una seguidilla de letras U que envolvieron todo. Hubo de estos no gritos, y de ellos muchas veces dependió todo. Querían todos que fueran gritos que acallaran los murmullos, que hicieran olvidar la tristeza. Gritos que anestesiaran un poco, que cerraran los ojos otro rato hasta que pasaran las elecciones. Fueron gritos no natos que se quedaron a vivir en la garganta. Se enrollaron, se encapsularon. Gritos que se hicieron un capullo y metamorfosearon en otra cosa. Fueron gritos que despertaron cuando el partido terminó, cuando todos los equipos se fueron, cuando todos estuvieron en casa y pesaron en su realidad. Fueron gritos nacidos nuevos, para gritar pidiendo explicaciones. Para exigir que cambie todo lo que se quería tapar con los gritos de los goles.
Hubo gritos que sonaron por demás. Con un coro demasiado potente. Con la acústica justa de los estadios. Gritos de gol que envolvieron el país ensordeciendo y machacando los tímpanos de los otros gritos, los de dolor, los de ayuda. Gritos de gol que sonaron más que los golpes y más que las chispas. Goles cuyos ruidos taparon no solo los sonidos sino las luces centelleantes que parecían no brillar a poco más de mil pasos a la redonda.
Ezequiel Olasagasti.
