Hace un mes dejaba su cuerpo mortal Sergio Víctor Palma. Lo que no pudieron los múltiples golpes de la vida si lo pudo el Covid-19 a unos jóvenes 65 años. El Campeón mundial Supergallo nos deja, no solo el recuerdo y legado de un talento notable, sino la historia de un hombre que fue más allá del deporte. Un hombre común pero extraordinario guiado por el amor al arte y a la sabiduría.
Por: @Ezequiel.Olasagasti – @Globalonet.web

La vida puede ser caprichosa. Puede ser un chico bien que hace lo que se le canta porque lo que a vos o a los demás les pase esta último en su fila de las prioridades. La vida es así, inquieta. Se pone a jugar con la guadaña de madame La Mort y te tajea el saco de los perfiles para que las hojas caigan en el cemento de las necrológica. Es así hermano, la vida da miedo. Como subirse a un ring. Da miedo como caer cuando se está bien alto. Mueve las piezas que quiere, sin respetar su turno, sin respetar que, como en el ajedrez, el caballo sólo se mueve en L o el alfil en diagonal. Ella hace que tu partida quede como de fondo entre los main events que no pudieron esperar otro rato.
En 1956 apenas si estaban fríos los cráteres que las bombas dejaron en plaza de mayo cuando vino al mundo señor Palma. No llegaste a ser el primero de esos bebes traídos el primero de enero. Tal vez porque estabas lejos también. Lejos de palacio de los deportes de la calle Bouchard. Allá, en el Chaco. Muy, muy lejos en la unidad de medida de distancia de los porteños. Fuiste víctima del cliché de la mayoría de los que se cagan a trompadas por aplausos. Primero tuviste que pelearle al hambre. Moverle la cintura al frío. Ponerle la cara al trabajo desde chico y ser sparring involuntario de un padre golpeador que te dio los primeros ganchos.

“Si agarrás una persona y le ponés guantes ya tenés un boxeador», dijiste una vez en una entrevista. Como quitándole valor a eso en lo que fuiste tan valioso. Como si cualquiera pudiera hacerlo. Odio contradecirte ahora que no estás para debatirme, cualquiera puede ser boxeador, pero no cualquiera puede ser un buen boxeador. Y solo uno fue Víctor Palma.
Dijiste sentirte medio cobarde a veces porque te asustaba subirte al ring. Le sacaste así ese manto de superhéroe al boxeador, esa idea de que son maquinas. Ese halo de guerreros concebidos solo para luchar, que van como Aquiles golpeando la espada contra el escudo por las ancias de combate. Nos explicaste que aunque el ring de miedo por la paliza que conlleva nunca va a pegar mas fuerte que el hambre y la necesidad. A veces no queda más que seguir. Tenerle miedo a los golpes y vivir de eso. Como dijo Ray Charles: “Vivir en un mundo negro teniéndolo miedo a la oscuridad”.
Hay hombres y hay hombres especiales. Vos no lo dijiste nunca porque para eso estamos los demás. Imaginate que pasaron cuarenta años hasta que otro argentino estuviera cerca de tu proeza en los’80s. No cualquiera gana en el Maracaná, no cualquiera le gana al Dream Team y, en el boxeo, no cualquiera gana el título en tierras yankees, y contra un local. Cuarenta años hasta que Brian Castaño puedo arañar tal proeza. Y lo logró, aunque los jueces parece que esa noche estaban viendo otro deporte y dieron empate. Le faltó el knockout que da por tierra la manipulable tinta de las tarjetas, pero que querés, no todos son Palma.
Perdón Víctor, pero se te pone encima de los mortales. Te vuelve lo contrario de lo que predicabas. Eras el boxeador superhéroe, el que lo logró. El que ganó donde nadie gana y el que pegó donde nadie pega.

Y, ¿Para qué hablar de tu talento con los guantes? Para que desdecirse en comentarios técnicos. Narrar de tu pegada, tu velocidad, tu capacidad para infiltrarte ¿Para qué? Ya lo cuenta la historia, las listas de profesionales, los viejos que te vieron en vivo y los enamorados del deporte que te ven en archivo. ellos lo conocen bien. Perdón Víctor, no sé si querías, pero quedaste en la historia.
Tal vez es mejor recordar tu otra faceta. La del hombre sensible, la del tipo que cuando hablaba hacia girar las cabezas para ese lado. El escritor, el poeta, el escritor, el maestro. El hombre que mostró tener deseo por lo que lo apasionaba en la vida que era mucho. Curioso que eso te haya hecho resaltar. Curioso que lo que vuelve a un boxeador una figura interesante es mostrarse como una persona con pasión por el arte. Y en todos lados titulaban igual, ‘’El boxeador poeta’’. Pero nadie nunca pone tus poemas para los que queremos leerlos. El boxeador poeta, eso que consideran que llama la atención por parecer ser un oxímoron. Perdón Palma, parece que es como decías. La gente considera a los boxeadores bichos raros cuando deciden hacer algo más que comer piñas.
Aguantaste campeón. Faltaban rounds, pero sí que aguantaste. La plata se fue como llegó. Solo que tal vez en otras manos. Te quedaron lejos los discos, las actuaciones en novelas, las tapas de El Gráfico junto al Diego. Te quedó un nombre que cada vez perdía más luces y solo iluminaba los ojos de los fanáticos. Pero aguantaste. Con las piernas sin fuerzas y con el nombre olvidado, seguiste con las manos en alto. Con una enfermedad que te dificultaba seguir peleando más que un ojo cerrado por la hinchazón. Esos que no te dejan ver si el contrario suelta la izquierda. Pero seguiste. con un ángel a tu lado junto al mar, Orieta. Esa mujer que según dijiste te salvó la vida. Porque en el ring uno está solo, pero una vida que valga la pena es un trabajo de equipo.
Suena la campana, campeón. Descansa. Esta vez el que pegó fue más fuerte. Y perdón que insista en contradecirte, al final fuiste más. No fuiste boxeador. Fuiste hombre, fuiste arte. Fuiste raro por ser normal y fuiste extraordinario porque el talento fue tu normalidad también. fuiste el hombre más valiente de todos, no el que pega Si no que intenta ser feliz. Una pelea en la que la mayoría terminamos besando la lona.
Ezequiel Olasagasti.
