Este 30 de octubre cumpliría 61. Tal vez iba a empezar a vivir los mejores años de su vida, pero por algún motivo se los arrebató él mismo, quizás por miedo a que alguien se los arrebatara. Diego Armando Maradona murió el 25 de noviembre del 2020, en medio de esta maldita pandemia que, hasta incluso nos sacó la posibilidad de volver a verlo como director técnico de Gimnasia, en el Bosque, el lugar que lo acobijó en su última etapa.
Por: @Martinellilu – @Globalonet.web

Quizás, podamos cuestionarlo o no. Pero, ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo? El tipo vivió la vida que quiso vivir, con la que se sintió a gusto, quizás tendría que haber parado la pelota antes de los 90 minutos, mirar para el costado y salir a buscar un reemplazo que haga su papel en el banco de los suplentes. Pero era tan Maradona, que no había nadie ni nada que lo pudiera sacar del partido. Bueno, en realidad si hubo algo, la muerte. Nadie esperaba este final, ni el más enemigo de los enemigos, nadie esperaba que aquel 25 de noviembre llegará la noticia de que Diego Armando Maradona dejaba el partido.
Lo creíamos inmortal. Él era inmortal para todos nosotros, incluso para aquellos que no lo vimos jugar y, en realidad no teníamos tan presente sus jugadas. Pero a partir del recuerdo y la memoria de nuestras familias, como una suerte de herencia que se transmite en el tiempo, pudimos entender lo que este significó para todos. No solamente era un jugador de fútbol. Aquel chico de Villa Fiorito, representó la esperanza del PODER, de no tener nada, a tenerlo todo. Y no olvidar nunca aquella etapa. Diego nunca olvidó.

Así era Pelusa. Un pibe de barrio, humilde, que le gustaba jugar a la pelota más allá de todo el mundo que hubiera alrededor suyo. Aquel que se animó a hacerle un gol con la mano a los ingleses y recuperó la memoria de los que cayeron en la guerra. Aquel que gambeteó todos los días de su vida alguna noticia que no tenía nada que ver con su vida futbolística y que lo empezó a apagar, cada día un poco más.
Fue también el Ave Fénix, logró recuperarse en el 2000 y muchas veces más. Cuando no había una salida, siempre inventaba una jugada y renacía. Siempre para adelante.
Quizá lo que pasó fue irremediable. Lo creíamos de verdad invencible e inmortal. Un D10S terrenal, pero era un hombre: Diego Armando Maradona, aquel de Fiorito. Podríamos haber bajado las expectativas personales y entender que era un hijo, padre, amigo, hermano aun con sus oscuridades. Deberíamos haberlo tratado como un par sin esperar que fuera ÉL el que solucionara los problemas de los argentinos
Hay una herencia para quienes lo vivimos como futbolista retirado y no en plena acción adentro de una cancha, y es dejar de lado sus asuntos personales, eso de lo que tanto hablan algunos programas. Lo mejor es buscar sus videos de futbolista, y entender primero, disfrutar después. Quizás es hora de cuestionarlo como el deportista que fue, que es y será, el mejor de todos los tiempos.
A casi un año de su partida física que El Diego, pelusa, aquel pibe de Villa Fiorito, que soñaba con jugar un mundial y consagrarse en primera, lo consiguió con esfuerzo y dedicación dándole pinceladas de talento a la caprichosa.
Nos llevó a conocer la gloria eterna cuando levantó la Copa del Mundo en México 86, e hizo gritar a un país entero en el mismo momento, tanto, que incluso los que todavía no estábamos pensados, fuimos participes. Es maravilloso entender e intentar, comprender, lo que marcó y marcará a todas las generaciones. Por eso a casi un año de su muerte, honramos la magnitud de su figura deportiva e histórica para un país que, lo extraña y lo recuerda como uno más de la familia que está por llegar a su lugar en la mesa de los domingos.
Lucía Martinelli.
