El celta

Ningún nombre está por encima del club. Pero, a veces, hay algunos que se les paran al lado. Algunos que se igualan por algunos años, cosa que en tiempo de vida de un club es apenas una bocanada de aire. A la larga, todos terminan enterrados bajo el peso del tiempo donde el nombre de la persona se extingue y el del club no deja de vivir en los labios de la popular.

Por: @Ezequiel.Olasagasti@Globalonet.web


El problema son los nombres. Cuando se impone uno por sobre otro ya no queda más nada. Un nombre se come a otro, lo asesina, lo extingue. El monumental es el monumental. Sus papeles dirán que se llama Vespucio Liberti, pero su nombre, su esencia, es ser llamado “El Monumental”. El alma, ahí está todo. Por eso se la mira de reojo a Europa con sus estadios de fondo de pantalla de computadora. Con nombre del seguro que sacó un compañero de la oficina para el auto ¿Qué esencia tienen? Nos dan risa y un poco de pena. Son canchas sin alma y una cancha así solo puede tener una tribuna sin alma, albergar un equipo sin alma y ser la casa de un club sin alma. No importa cuanto griten los hinchas, si lo hacen en una tribuna llamada como un ibuprofeno 600 serán solo unos tipos gritando. No le sacan una lágrima a nadie y nunca podrán dar vuelta un partido. Si eso pasa, es solo porque a los jugadores le pagan bien.

Los nombres de las canchas y de las personas que brillaron en ellas pueden chocar como una guerra civil. Nadie pensó que un jugador como “El celta”, último gran 9 de Boca Junior, haya querido hacerle algún daño al club que tanto amaba. Pero mierda que lo hizo. El único consuelo que nos queda imaginar para el pobre es que ya no estaba vivo para ver el problema que su último deseo ocasionó entre sus propios hermanos bosteros.

El celta fue uno de esos jugadores que estuvo a la par de todo un club, y tal vez lo sigue estando. El último gran goleador, el súper héroe que los niños xeneizes necesitaron tanto tener colgado en sus piezas o decorando sus celulares. El día que le hicieron su homenaje, la hinchada de Boca no solo llenó su estadio, sino cada peña a lo largo del mundo donde se vio por streaming. No era para menos. El celta es, sin que le tiemble la voz a nadie, el más grande ídolo de la historia del Club Atlético Boca Juniors.

Llegó con 22 años. Tenía un puñado de partidos en el Aaberdeen de Escocia. Pintaba para bueno, pero nadie había hecho mucho escandalo todavía. Y lo que todos pensaron que sería una estrategia de marcketing del presidente Guglienmipietro para vender camisetas y hacer show, se terminó convirtiendo en una de las etapas más exitosas del fútbol latinoamericano. El celta se ganó la 9 titular a fuerza de goles en el torneo del 2026, donde Boca fue campeón con el record de goles en un torneo largo. El escocés fue el goleador del campeonato sacándole diez goles de ventaja a su perseguidor. En 2027, ya como titular indiscutido, fue pieza fundamental para conquistar la tan anhelada séptima libertadores contra Deportivo Pasto de Colombia. Hizo un hat trick, fue elegido mvp del partido y del torneo. Su figura no paró de crecer, ya que con sus goles Boca repitió la hazaña con la libertadores del 2028 y del 2029. Contra el Botafogo y contra Barracas Central respectivamente. El celta ya tenía las llaves del club para esa época. Fue cuestión de tiempo para que llegaran las ofertas de Europa. Pero no se fue de inmediato, dejó pasar varias propuestas de clubes intrascendentes pero con mucha plata que le ofrecieron el oro y el moro.

— Boca es el club más grande del mundo y, si tengo que irme, será solo a un club de la misma envergadura. — declaró.

Como por si quedaba algún contra suyo en la hinchada.

Terminó dejando Argentina el 18 de diciembre de 2029, luego de convertir dos de los tres goles con el que el Xeneize le arrebató la restaurada Copa Intercontinental al Psg por 3 a 2. Un partido que los parisinos ganaban 2 a 0 hasta el minuto 80. En 2030 arrancó su exitosa etapa como delantero del Real Madrid.

Sus últimos 4 años en el viejo continente los vivió con altibajos. Perdió todo en su despedida del Madrid, fue campeón de la UEFA con el Napoli. Sufrió varias lesiones en su pasó por el Bayer Múnich y se despidió con un título local y una copa del rey cuando jugó en el Sevilla.

Su vuelta a Boca no tuvo muchas complicaciones para desgracia de los periodistas que viven de las novelas de verano.

— No hay forma que no termine mi carrera en Boca. — dijo con su particular acento que nunca se pudo quitar.

Pidió unos meses para recuperarse de sus molestias y volvió a la Argentina cuando empezaba la pretemporada del año 2034.

La segunda etapa en Boca fue una bomba que explotó de la forma menos pensada. El primer partido del club de la ribera fue contra Rosario Central en Rosario. Se hizo el sorteo con “El celta” como capitán del equipo. Ganó y eligió sacar. Le pasaron la pelota y pateó desde la mitad de la cancha. El disparo pasó picando al lado del palo bajo la mirada segura del arquero. El arbitro sonó el silbato indicando un cambio. “El celta” se saludó con sus compañeros y salió de la cancha. El encuentro terminó en un aburrido cero a cero solo para las estadísticas. En la posterior conferencia de prensa anunció que debía retirarse por una enfermedad que le impedía seguir jugando. Quería hacerlo en un partido oficial y con la camiseta del club que amaba.  Tenía apenas 32 años.

El torneo terminó con una pobre actuación de Boca que finalizó en quinto puesto. Pero nadie analizó mucho el juego, todos hablaban de la salud del celta. El 3 de diciembre se organizó su homenaje en la bombonera. En la última fecha del torneo que ganó Vélez. Pero todos los reflectores estaban en la bombonera sobre la figura del máximo ídolo de Boca despidiéndose. Entró a la cancha con una silla de ruedas motorizada. Una bandana azul y oro le cubría su cabeza pelada. Su discurso fue escueto, le costaba hablar. Manifestó su amor al club, a la gente, al fútbol. Y terminó diciendo:

— Mi deseo. Mi único y último deseo si he de partir del mundo. Es que esta cancha pueda llevar mi nombre.

Una semana después, Ronald P. McDonald, moría en el sanatorio Otamendi tomado de la mano de su padre y con la camiseta de boca puesta.

No tardó ni un día en que la pregunta se instale en los programas deportivos: “¿Cumplirán el último deseo del celta?”. El presidente Guglienmipietro decía que no era momento de hablar de eso, que la perdida era muy reciente todavía. Los meses y tuvo que dar respuestas más precisas. Explicó que cambiar el nombre al club era algo muy difícil de realizar. Una parte de los hinchas pedían que se cumpla la última voluntad del ídolo. Con el hashtag #quesellamemcdonal, los socios exigieron a la dirigencia que se cambie el nombre del estadio de Alberto J. Armando a Ronald P. McDonald.

La comisión directiva inauguró una estatua del celta en su museo y confirmó que el nombre de Ronald McDonald viviría para siempre en la historia del club y que no era necesario una megalomanía como la de ponerle su nombre al estadio.

La polémica no cesó. Un amplio porcentaje de la hinchada xeneize pedía por el cambio de nombre. Todo esto era fogueado por Albert McDonald, padre del celta, que comenzó a aparecer en los programas de televisión exigiendo al club que cumpla el último deseo de su hijo.

—Me parece very bajou. — exclamaba el escocés en su pésimo español. — Que el clab Boca no respect deseo de su mayior hero.

El padre del celta incentivaba a las protestas de parte de la hinchada a través de las redes sociales. No participaba personalmente ya que vivía en Glasgow desde la muerte de su hijo.

Las marchas al obelisco se dieron de forma semanal, cada fin de semana después de los partidos de Boca. Aunque empezaron de forma pacifica, no tardaron en tornarse violentas. El blanco de la frustración y el desmadre terminaba siendo, como siempre, el local de comidas rápidas frente al monumento porteño. “aguante McDonald”, “Damos la vida por McDonald”, “McDonald es lo más grande de Argentina”, “muerte a McDonald, empresa capitalista”, decían algunos de los grafitis en las paredes del restaurante, bajo los vidrios rotos y las marcas que dejaban los piedrazos de los hinchas.

Ese campeonato finalizó con Boca en séptima posición y sin la posibilidad de jugar ninguna copa. Presionados por el bajo rendimiento del equipo y de la hinchada que pedía por su héroe caído, la dirigencia decidió ceder como estrategia de distracción. El 31 de octubre de ese año se realizó la ceremonia de cambio de nombre del estadio. El mismísimo Albert McDonald dio un austero discurso antes de cortar el listón simbólico que daba por concluido el bautismo del nuevo estadio “Ronald McDonald”. Agregaron un letrero sobre los palcos y pintaron una M gigante en ambas populares.

Los memes no se hicieron esperar. Los hinchas de River empapelaron la ciudad con carteles donde los jugadores de Boca preguntaban si querías agrandar el combo por cincuenta pesos más. El primer partido que se jugó en el estadio fue contra Lanús en zona sur. El equipo azul y oro no llegó a poner un pie en la cancha que lo envolvió una lluvia de hamburguesas y papas fritas rancias que cayó de la tribuna visitante. Un sector de hinchas tradicionalistas no aguantó más la situación. Este grupo de socios estuvo en contra del cambio de nombre desde el principio. Bajo el slogan “La bombonera no se toca”, marcharon al obelisco para pedir que se reinstaure el antiguo nombre del estadio. La manifestación, aunque en su inicio fue pacifica, termino en destrozos al local de comidas rápidas frente al obelisco. “Fuera McDonald”, “amamos a McDonald pero no queremos a McDonald”, “Que se muera el McDonald– peña McDonald de Pilar”, eran algunas de las pintadas que dejó la manifestación luego de destrozar el restaurante.

El nuevo nombre de la Bombonera fue cuestión de debate por meses. La dirigencia estaba agradecida que distrajera del mal funcionamiento del equipo que no ganaba desde el inicio del torneo y tenía la vaya más vencida. Entre tanto, la publicidad gratuita que recibía el restaurante de comida rápida impulso a las demás franquicias a intentar convencer a otros clubes de cambiar el nombre de sus estadios. Racing fue tentado por la pizzería “La academia”, Banfied recibió una propuesta de “Black and Decker”, tanto Newell como Rosario Central fueron contactados por “Catchow”, Talleres se reunió con la gente de “Vittone”. A River Plate le ofrecieron un contrato de ocho ceros para cambiar el nombre de su cancha a “Burguer king”, argumentando que era la jugada más lógica contra su histórico clásico. El único que aceptó fue Independiente, los de Avellanedas hicieron un trato con el restaurante de panqueques “Lo de Carlitos” bajo el slogan “El rey del panqueque con el rey de copas”.

Ese año terminó con Boca en el anteúltimo lugar de la tabla y con una nueva comisión directiva. El nuevo presidente, Naohiro Takahara, había llegado al cargo no solo por la tracción monetaria de sus empresas pesqueras japonesas, sino también con la promesa de recuperar la gloria del club xeneize y el nombre clásico del estadio. Fueron meses de protesta y conflicto entre la hinchada. La barra se separó entre los “pro-McDonald” y los “pro-Bombonera”. Estos desataron una guerra entre barras que terminó con la muerte de cinco cajeros del local de comidas rápidas en una de las marchas que se realizó en el obelisco.

El 20 de julio de 2036, a diez años de la consagración del celta en el club, se volvió a cambiar el nombre del estadio por el de Alberto J. Armando. Se hizo durante la celebración de la copa libertadores que Boca conquisto ese año. Una copa obtenida por un equipo de figuras compradas por el presidente Takahara, entre las que destacaba un joven enganche brasilero de una pequeña aldea indígena del amazonas llamado “Juninho Manaos”.

Ezequiel Olasagasti.