Son niños que juegan ajenos a los conflictos bélicos y geopolíticos. En un país sin ejército, ni fuerza área o naval, los que se divierten son blanco fácil de una guerra sin cuartel que cada día los pone a prueba.
Por: @Duendeverde83 – @Globalonet.web

El Mediterráneo acariciaba la playa con la ayuda del viento suave. Para la arena, era un alivio refrescante ante un cielo sin nubes que desafiaran al sol en pleno mediodía. A pesar del marco diáfano, la playa estaba prácticamente desierta. Un puñado de pescadores en el muelle y unos niños jugando al fútbol en la playa vacía.
Los pocos gajos que le quedaba a la pelota mostraba que alguna vez fue de cuero. Por la parte de tela, se colaba la arena que deformaba su circunferencia y aumentaba el peso del balón. A los chicos no les importaba eso ni el ardiente efecto del sol sobre el suelo. Los límites de la cancha no estaban en disputa ni generaban discusiones, la playa era la cancha. Los arcos improvisados tenían una medida similar y eran marcados por piedras, lo único que le daba un marco futbolístico a aquel juego. Eran chicos que corrían incansablemente detrás de una pelota. Reían ante alguna caída y rezongaban ante un gol errado. Esporádicamente hacían escapadas individuales al mar. Algunos solo para mojar sus pies descalzos, otros directamente se zambullían en el agua. Mientras tanto el juego continuaba, jamás se detenía.
Una veintena de aves revoloteaban en las cercanías de la escollera del muelle, pendientes del movimiento de los peces atraídos por las carnadas de las cañas. En un instante, como si hubiese sido una coreografía ensayada, todas remontaron un vuelo. En el cielo se observó por un instante un destello de luz, como si una estrella hubiese llegado temprano a su cita. Instantáneamente sonó el zumbido agudo, luego retumbó el estruendo asesino.

El misil fue certero, preciso. Impactó en la playa, en territorio enemigo. Mientras en una oficina del ejército israelí se terminaba otro acto administrativo de la “Operación Margen Protector”, en la playa de Gaza cuatros niños sobrevivientes se valían de la ayuda de los pescadores para refugiarse. Mareados por el impacto, heridos por la metralla, sufrieron el dolor pero no lloraron. Cuatro pudieron abandonar la playa con vida. En cambio, Ismail, Ahed, Zakaria y Mohammed, encontraron el final de su vida antes que el del juego.
Este cuento está basado en lo sucedido en la Franja de Gaza el 16 de julio de 2014.