Emanuel Augustus: el maestro borracho

Fue boxeador profesional entre 1994 y 2011. Consiguió ser campeón mundial de la categoría Welter ligero de la IBA y Floyd Mayweather lo reconoció como el oponente más difícil que enfrentó en su carrera. Su estilo único, lleno de imprevisibilidad, le dio un lugar de culto para los fanáticos de este deporte.

Por: @Ezequiel.Olasagasti@Globalonet.web


Fotografía de archivo.

Yo lo vi bailar. Bailar. Menear el cuerpo bajo una lluvia de manos. De manos fuertes. Más bien, la lluvia es muy lenta para usarla de analogía. Lo vi bailar ante balaceras de puños.

Se llamaba Emanuel. Se llama, pero hablo de su época de profesional. De boxeador. Y como esa etapa ya pasó, me permito tratarlo en pasado. Se apellidaba Augustus. Bueno, con el tiempo. Yo lo conocí cuando se apellidaba Burton. Emanuel Burton era cuando llamó mi atención. Emanuel Augustus fue legalmente después del 2001, cuando ya tenía toda mi atención apretada entre los guantes. Junto a mi admiración y esta historia que te cuento.

Es normal que no lo conozcas. No fue uno de esos grandes campeones. Esos cuyas biografías engrosan el catalogo de videos por ver. Ni siquiera de esos campeones con el cinturón puesto vaya a saber cómo, pero que de todos modos tienen sus nombres ahí. Incluso ellos brillaron más, pero solo por los reflectores.

Sabés una cosa, miento. Fue campeón, un gran campeón. Se puso el cinturón de los ligeros welter de la Asociación Internacional de Boxeo. Contra mil voluntades cabe aclarar ¿Pensaste que él era el favorito? Para nada, ese era Alex Trujillo. Emanuel era el “Journeyman” ¿Que qué es eso? Pongámoslo así, cuando un boxeador quiere resaltar, tener una pelea simple para lucirse, cuando quiere algo no muy desafiante porque no está al 100% se llama a un Journeyman. Un paquete. Lo que nosotros llamaríamos un paquete.

Augustus era considerado un journeyman. Perdía más de lo que ganaba. Y, ¿por qué lo resalto como un excelente boxeador si perdía tanto? Porque hay derrotas y derrotas. O me dirás que echarse a dormir en los primeros dos rounds de un encuentro es lo mismo que irte con los aplausos de saber que la pelea te la robaron. Era el paquete que menos peleas perdió de forma justa. El journeyman a quien más le robaron. Sus estadísticas dicen: peleas 78, ganadas 38 y perdidas 34. Apenas cuatro encuentros que le dan la dignidad de un récord positivo. Pero no hay ni un récord, o al menos yo no lo encontré, que diga: peleas perdidas 34, peleas robadas, no sé, como 20 o más. Y si esa estadística viniera con nombres, tanto mejor. Me gustaría que diga: robado por Mickey Ward en 2001 en la mejor pelea de ese año según ESPN y la revista “The ring”. Robado por Courtney Bourton, esquivado por Arturo Gatti. Esto es apreciación mía, pero agregaría, robado por Floyd Mayweather en el pináculo de su carrera, quien se fue con la boca y la nariz rota de ese combate.

Tal vez su peor robo fue el que hicieron con su cinturón de campeón de los ligeros welters. Fue en su primer defensa del título. El árbitro lo descalificó por mal comportamiento. “Por no mirarlo a los ojos cuando le hablaba”. Se ve que era necesario inventar otras formas de robarle a Emanuel. Porque ese día, cosa imposible casi siempre, iba ganando en las tarjetas.

Fotografía de archivo.

No sé porque perdía siempre en las tarjetas. Pasa que lo desconocido asusta, lo extraño asusta. Calculo que a los jueces, a quienes voy a darle el beneficio de llamarlos humanos, les asustaba ese boxeo tan extraño. Salvaje. El boxeo de baile de Augustus. Tal vez lo veían como una burla. Debían considerar extraño que, en un lugar donde todos temían entrar, este boxeador se pusiera a bailar. Que danzara con las manos caídas a los lados, como si le colgaran dos pesas de las mismas. Para los jueces debía ser todo ortodoxo. Mano izquierda frente a ti formando una L, marcando la distancia. Mano derecha contra tu mentón marcando tu guardia. Recto, jab, gancho. Golpes reconocibles. Moverse con gracia, con ligereza. Que se pueda decir que eso es un “juego de pies”. Pero Emanuel no sabía nada de esto, o no le importaba. Rebotaba por el ring como una pelota de goma lanzada por un chico. Dejaba salir los golpes desde abajo. Los sacaba de la espalda. Parecían que serían con la derecha pero eran con la izquierda. El “Drunken master” le decían, el maestro borracho. Como una película de Jacky Chan donde, para pelear, debía embriagarse y esto lo hacía más impredecible. Muchos pensaron que era solo la idea de una película, pero la verdad es que eso es un estilo de pelea. El maestro borracho del boxeo, ese fue Augustus. Como un borracho que deja el bar con las copas justas encima para seguir bailando. Para esquivar las mesas. Para estirar las manos para tomar otro shot o para festejar la música. Sus manos se movían así, y solo porque era boxeo terminaban en golpes, porque eran movimientos festivos.

Me resulta más fácil entender sus derrotas desde él mismo que por las tarjetas. Nunca rechazaba una pelea. Como un bailarín no rechaza una fiesta o como un borracho no deja pasar una copa. Muchos boxeadores rechazan peleas. Porque no es el momento, porque no es el oponente adecuado, porque no está bien entrenado, porque es en una semana y ni siquiera estas en el peso. Pero no era el caso de Augustus. Si había una pelea él peleaba. Como estuviese. Los bailes eran menos agiles tal vez. Estaban, pero tal vez no llegaba a mover el cuello a tiempo. Los golpes impactaban, pero tal vez sin la fuerza necesaria. Pero el iba, no importa como, él iba. Como cuando vamos a un partido con amigos y sabemos que la rodilla aún sigue pinchando al pisar. Muchos presumirán amar lo que hacen, solo quien de verdad ama algo lo demuestra. Aunque deba terminar herido.

No, no es como Naseem Hamed. Eso era show, era bailar para posar. Solo los verdaderos bailarines siguen bailando cuando ya no hay música. Es facil seguir la fiesta cuando se gana, era sencillo moverse así para Hamed cuando todo era color de rosa. Pero un día peleo contra Marco Antonio Barrera, y ¿Dónde quedó su baile? Sus golpes extraños. Barrera lo noqueó y no danzó más. 34 derrotas tuvo Augustus y siguió bailando, peleando, boxeando. Boxear por amor al deporte, pelear contra la

Bueno, sí. La comparación con Nicolino Locche me gusta más. Aunque no deja de ser inexacta. Nicolino era un baile ordenado, como un ballet. Era como un metrónomo moviéndose al unísono con la nota que intenta marcar. Era la velocidad del zarpazo certero de un cazador. Augustus era otro tipo, un caos. Un relámpago que sabés donde caería. Una danza que no se puede ver en el teatro. Los saltos de un antro, los pasos de un borracho que nunca quiebra. El cual parece bailar cada vez mejor a medida que más tragos toma.

Eso era Augustus. Y eso sigue siendo. La elegancia salvaje de lo desconocido. El borracho que esquiva los golpes con sus tambaleos. El luchador. No solo el boxeador, sino el luchador. Por que eso se es en la vida. Fuera del ring. Un luchador. El que pelea porque lo ama, y no especulando cuando debe pelear. El que pierde pero sigue. A quien le roban para que parezca que pierde cuando en realidad gana. Pero sigue. El que es derribado y se levanta. Aunque lo que te tumbe sea una bala en la cabeza. Un disparo, más inesperado que uno de sus golpes. Una bala perdida, y así y todo se levantó. 2014, lejos ya de su época de gloria. Se había subido al ring por última vez en 2011. Salía del gimnasio, en un barrio poco lujoso. Tal vez esperando una llamada para pelear, seguro de decirle que sí a lo que le prepongan. Y fue así, por una pelea entre dos tipos con pocas luces. Un arma se hace presente para intimidar, y una bala perdida que no da en quien debía. Da en Augustus, estuvo con soporte vital mucho tiempo. Le contaron más que diez. Pero si solo hubiese sabido. Estoy seguro que si veía el arma, hubiera esquivado la bala. Hubiese bailado, inclinado, puesto el hombro. Si le hubieran tirado como se tira un golpe, de frente.

Lo peor, es que el chico que disparó fue liberado por falta de testigos. Otro robo, los policías firmaron las tarjetas como los jueces ciegos que evitaban que Emanuel sea quien estuviera con la mano alzada por el árbitro en medio del ring.

Pero se levantó de nuevo. Volvió a entrar al gimnasio. Está ahí, esperando que lo conozcas. Que lo veas bailar. Que le preguntes cuantos tragos tomó para moverse así en el ring ¿Cómo se logra ser un drunken master? O ¿Quién, en su sano juicio, seguiría diciéndole que es un journeyman?

Ezequiel Olasagasti.