La guerra del fútbol

Ya sea en las tribunas, en las inmediaciones o en las rutas, los conflictos entre parcialidades están a la orden del día desde hace años. Pero, ¿puede el fútbol desatar una verdadera guerra entre dos naciones vecinas? No, esto no es la novela “Área 18”. Esto fue un conflicto armado real que tuvo a una seguidilla de partidos como contexto principal.

Por: @Ezequiel.Olasagasti@Globalonet.web


Y es el momento de hablar de uno de esos hechos deportivos que cambiaron la historia. Porque, como hemos hablado hasta el cansancio en este medio, el deporte como factor de movimiento social es por demás poderoso. Desde una guerra mundial pausada para jugar un picado, un equipo fusilado por rehusarse a perder contra los nazis o atletas negros que hicieron a los racistas gritar sus nombres en las gradas de los juegos olímpicos. De todas estas cosas hemos hablado y seguiremos hablando. En este marco de historias se inscribe una por demás trágica como lo es la guerra entre naciones hermanas.

El conflicto armado entre Honduras y El Salvador que se desató en 1969 fue llamado la guerra de las 100 horas. Pero fue conocida, gracias al cronista polaco Ryszard Kapuściński, como la “guerra del futbol”.

Las selecciones de ambos países venían enfrentándose en una seguidilla de partidos consecutivos. ¿Por qué? Pues nada más y nada menos que por una plaza en el próximo mundial de México 1970. Tenían una victoria por lado, Honduras había ganado de local por 1 a 0 en junio de 1969. El partido en el que fue local  El salvador se disputó apenas una semana después con victoria salvadoreña por 3 a 0. Fue así que se decretó un desempate que se jugaría en Ciudad de México 12 días después de aquel al último encuentro. Había apuro por definir la plaza.

27 de junio de 1969, ¿lugar? El mismo estadio Azteca que sería testigo de otro hecho histórico más adelante, en el Mundial de 1986 para ser precisos. El encuentro iba 2 a 2. Ambas selecciones no se daban tregua, y no era para menos, se jugaban la chance de tener su primera participación en una copa del mundo de la historia. Fue un “partido caliente” pero jugado con lealtad. Sin embargo la violencia se condesó en las tribunas. Durante los dos primeros encuentros se habían registrado brotes de violencia que no pasaron a mayores. Sin embargo, la mecha estaba lista esperando la chispa. El empate a 2 obligó a que se juegue un tiempo extra. Nadie regalaba un centímetro ni parecían aflojar la fuerza con la que apretaban los dientes. Hasta que, minuto 11 del primer tiempo suplementario, Mauricio “Pipo” Rodríguez convierte para El Salvador. Honduras no pudo empatar y el marcador final quedó 3 a 2 a favor de los salvadoreños que obtenían así el boleto para su primera participación en un mundial de fútbol.

La guerra se declaró tres semanas después de aquel partido, producto de la escalada de acontecimientos que se desarrolló en paralelo a la disputa de los duelos futbolísticos. Los diarios de aquel entonces necesitaban un título vendedor, igual que ahora. Al estar el recuerdo del partido tan cerca, fue tentador bautizar a aquel conflicto como “la guerra del futbol”.

La verdad tiene más relación a los típicos problemas que dos países vecinos de Latinoamérica podrían tener. A grandes rasgos, El Salvador tenía mucha población en un espacio pequeño mientras que Honduras tenía menos gente en una extensión territorial mayor. La elite gobernante de El Salvador promovió el exilio de campesinos hacia Honduras para que busquen trabajo y así descomprimir su crisis ocupacional. Claro que a los campesinos hondureños no les hizo mucha gracia que los salvadoreños le coparan la tierra del trabajo con el visto bueno de del gobierno de Honduras y de Estados Unidos que, como siempre, tenía muchos intereses en la zona. Cuando la situación se volvió insostenible, el gobierno de Honduras hizo una reforma agraria que, por supuesto, no contemplaba las tierras de las elites gobernantes ni de los patrocinadores estadounidenses. Finalmente, el presidente hondureño Oswaldo López Arellano, terminó deportando a los salvadoreños que habían entrado a su país y trabajaban con el aval de su propio gobierno. Esto reavivó el desacuerdo limítrofe sobre el golfo de Fonseca. Y, tal vez, que los salvadoreños les festejen la clasificación en la cara a los hondureños no ayudó al buen clima entre vecinos.

A la oligarquía salvadoreña no le gustó nada el regreso masivo de los migrantes, y presionó al presidente Fidel Sánchez para que tome acciones legales. Todo esto, como dijimos, se fue dando mientras los países tenían una guerra metafórica en una cancha de futbol con afán de ingresar al mundial.

«Sentimos que teníamos el deber patriótico de ganar. En serio teníamos miedo de perder, porque en esas circunstancias iba a ser una deshonra que nos iba a acompañar por el resto de nuestras vidas», dijo el goleador Rodríguez. «Lo que sí no sabíamos era la importancia histórica de ese gol: que sería utilizado como un símbolo de la guerra», añadió.

¿Exagerado? Recordemos la sensación de revancha que fue para Argentina ganarle ese cuarto de final a Inglaterra en 1986, con una guerra perdida hacía poco menos de cuatro años. “Al otro día en el partido fue el primero en estar listo y nos animó a todos. A todos nos dio arengas y aliento. Al salir al campo, iba pecho adelante y mirada en alto. Mo dijo una palabra, estaba serio, miraba solo a los ingleses. Cuando terminó el himno se escuchó este grito: «Vamos eh, vamos que estos hijos de p… nos mataron a nuestros pibes, nuestros amigos, nuestros vecinos ¡No podemos perder¡», contó el recordado “Tata” Brown sobre la arenga de Maradona minutos antes del partido que lo llevaría a la gloria de la historia futbolística.

El 28 de junio de 1969, los periódicos titulaban “La guerra del fútbol la ganó El Salvador 3 a 2”. Titular que reflejaba que el conflicto era inevitable. Ganara quien ganara. De hecho, las relaciones diplomáticas entre ambos países fueron formalmente cortadas mientras los jugadores se estaban poniendo los botines.

La guerra duró cuatro días. 96 horas según los cálculos, por lo que llamarla “La guerra de las 100 horas” es igual de incorrecto que nombrarla como “La guerra del fútbol”. Fueron cuatro días en los que murieron 3000 personas. En su mayoría, civiles Hondureños. La OEA logró que los países llegaran a un alto al fuego. Estados Unidos se encargó de abastecer de armas a ambos bandos, lo que los yankees llaman imparcialidad.

Dicen que llamar a esto “Guerra del fútbol” fue un error de Kapuściński. Que el conflicto respondía a otras cuestiones. El periodista polaco fue de los poco corresponsales que cubrió el evento para el exterior. En sus escritos contó que en las calles veía grafitis que aparecieron una vez comenzadas las hostilidades que decían: “Nadie le gana a Honduras” o “Vamos a vengarnos de ese 3 a 0”.

Una guerra ocasionada por fútbol ¿exagerado? Claro que sí. Las guerras se producen por otras cuestiones. Pero, teniendo en cuenta que hay titulares de diarios y encuestas que afirman que la obtención de un mundial puede mantener un gobierno en el poder, piensen mejor que porcentaje de exageración tiene en realidad un partido de futbol.

Ezequiel Olasagasti.