Las apariencias engañan. Lo vive por dentro y no puede exteriorizarlo. De regreso a casa, piensa en las cosas por hacer, entre ellas, ver fútbol y sentirse vivo. En el medio, los festejos le parecen excesivos, y aunque los siente con el alma no puede mostrarlo con su propio cuerpo.
Por: @Ezequiel.Olasagasti – @Globalonet.web

Como muestra la filosofía del ying y el yang, nada en la vida puede ser completamente bueno. La felicidad plena producto de la mayor pasión puede tener ese costado oscuro que, a veces, es demasiado pequeño para notarlo. Sin embargo, es importante no invisibilizarlo, porque es parte de lo que somos y lo que nos mueve.
Tuve que guardar el celular y meterlo en la mochila bien adentro. Quedó bajo los papeles, la remera sucia y el tupper. Tuve que ponerlo ahí porque me conozco, si lo tengo en el bolsillo lo voy a agarrar de nuevo. Por instinto, por aburrimiento o por la simple memoria muscular millenial de mirar esa pantalla todo el tiempo, aunque no haya nada. Y la verdad, lo que menos necesito ahora es verlo. Todo habla del partido, todo. Todo habla de él, pero sin decir nada. No es el partido, es solo una charla que me lastima, que no me llena, que no me apaga el fuego. Al contrario, lo prende más.
Se habla de la pasión. Pasión, pasión y pasión. La pasión te salva, la pasión es todo, la pasión es vida, la pasión te rescata. No hacen más que dejar en evidencia que no tienen idea de lo que es la pasión. Nadie que conozca en carne propia lo que es la vería como algo positivo. La pasión es una adicción, y como tal, te puede matar.
Tuve que sacar el celular de la mochila. Escarbar entre las cosas que habían quedado encima. Me olvidé de que para escuchar música tengo que conectarle los auriculares. Pero no quiero escuchar la calle. La calle, en estos días, solo habla del partido, y es lo que menos necesito. Una radio, una conversación de abuelos convencidos que tal no les llega a los talones a un viejo que jugo en los `40 en Peñarol, canciones que salen de los locales y hablan de que este torneo es nuestro, ¿Cómo saben que es nuestro? podría no serlo. Podríamos perder con un gol en el último minuto. Pero que les importa. Yo voy a estar muerto en vida, posiblemente llore y no pueda trabajar, ni hablar por una semana, o más. Ellos van a estar bien al otro día, y dicen que conocen la pasión.
Los auriculares bloquean bastante el ruido. Lástima que los ojos todavía los necesito para caminar, cruzar la calle y esquivar a la gente que mira una vidriera. Me gustaría dormirme y despertarme en casa. Evitar la ciudad empapelada del partido que todavía no empezó. Me hace mal. Soy un borracho en una previa, o un exfumador en la puerta de la facultad de medicina en época de finales. Soy un adicto a la pasión, pero a nadie le preocupa, a los que padecemos esta adicción no se nos cuida, la alimentan. A veces pienso que prefieren que explotemos para su diversión. Ver como gritamos, bailamos, nos lastimamos o lloramos. Quieren la foto de eso y grabarnos en video si es posible. La idea es ser un espacio de gracia que cause furor y genere likes.
¿Quién pierde el tiempo con fotos de su felicidad? Pregunto: ¿cómo lo hacen? ¿cómo pueden pensar en otra cosa que no sea gritar por el triunfo? ¿cómo pueden utilizar las manos sin que le tiemblen? ¿cómo ven lo que hacen si deberían tener los ojos inundados? ¿cómo logran despegarse de los brazos de otro hincha?
Supongo que, como es con todo, la gente tiene miedo de no ser parte. Que no se note que ellos también lo vivieron. Que son protagonistas y no meros descartes que deja la casualidad de un resultado futbolístico. Esto último me pasa a y lo acepto. Me considero un enfermo de esto, y como tal, alguien que no le agrada su condición. Siempre quise dejar de sentir pasión. Vivir tranquilo. Pienso que la gente desentendida del fútbol vive más feliz. Quisiera ser así, como aquel o aquella que aprovecha el día del partido para hacer las compras y se mueve entre los pasillos donde no hay nadie. Que llora porque su hijo le da un dibujito y no porque el extremo izquierdo la metió de emboquillada. Me gustaría, la verdad, dejar de sufrir tanto. Pero, ¿cómo se quita esta adicción? ¿hay un “pasionales anónimos”? Lo dudo. Por tener todas las camisetas, por ver los partidos en una plaza con la gente, por ponerle un abrigo con los colores del equipo al perro, aunque estos no distingan los colores, ¿para qué?
A veces quiero dejarlo, es verdad, y pienso, ¿dónde caería? ¿qué me sacaría de la realidad? Porque cierto es que necesito algo que haga olvidar todo. Necesito esas dos horas donde la vida no soy yo. La vida que no el trabajo que tengo y no me gusta, la miseria que me pagan, mi matrimonio fallido o los amigos que se fueron. Esas dos horas de adicción es como salir del mundo a uno de victoria y alegría, o de derrota y llanto. Un mundo que no tiene grises, y lo más parecido a eso es un empate, el sinsabor de no ganar ni perder.
Mientras pienso en todo esto, el colectivo no llega. Necesito salir de toda esta ciudad que me recuerda lo que todavía no pasó. Los carteles, las gaseosas, las banderas que cuelgan. Me aceleran el corazón. Y no me puedo reír, solo puedo pensar en lo que no es. Y no quiero pensar más. O más bien, quiero pensar en otras cosas. La ropa que tengo que lavar, que falta en la heladera, si voy a ver a esa chica que conocí el sábado. Pero no puedo. Todo encausa al mismo lugar. Pienso si lo que falta en la heladera es lo que voy a tomar antes del partido, que no tengo que lavar la remera que usé la última vez que ganamos, que a la piba esta no la puedo ver si perdemos porque no voy a tener ganas de nada.
De la nada se ponen a cantar. Los auriculares no llegan a taparlos. A los cantos se le suma el golpe en el asiento, también saltan. Alguno se saca la remera y la revolea como un ventilador, otra saca medio cuerpo por la ventana. ¿Alguno tomará el volante y nos llevará al obelisco? El colectivo es un péndulo que se rehúsa a caer. Porque la gente tiene pánico, no solo de que piensen que no es parte sino de no resaltar. Todos tienen que saber que ellos no son solo hinchas, son los más hinchas.
Es algo que no podría hacer, ¿para qué querría que veas que soy esto? que también soy uno más, pero no puedo. Es un nuevo partido, algo que te hace sentir de nuevo, y puede ser alegría o tristeza. Y no quiero mostrar que soy eso. Que mi vida se arma o desarma por la pasión.
No puedo exhibir orgulloso que mi mundo también es así. Pienso que es triste. Pasa que la pasión, la verdadera pasión, es lo más oculto. La verdadera pasión sale de la mayor humildad. Es esa lagrima que te sale escondido porque no queres que te vean. Te quedas sentado, sin caer hasta que te abrazan. Y no podés hacer más nada porque estás agotado. Te cansa estar tanto tiempo sufriendo, tensando los músculos, sobre pensando e imaginando como será todo tu mundo cuando ganes. Porque ganás vos y toda tu vida. Sentís que ganas el premio mayor de una apuesta injusta, porque siempre apostas al mismo caballo. Y, sin embargo, tu mundo se vuelve a apagar.
La pasión es fuego, dicen, pero no explica que puede ser un incendio que queme todo. Nadie cuestiona el calor del sol hasta que te quemó todas las cosechas. Pero no se puede apagar el sol porque no habría vida. La pasión me quema toda el alma, no tengo nada que pare ese fuego. Y muero por un tiempo, arrasado. Y, cuando algo de vida vuelve a crecerme dentro, el fuego comienza a arder de nuevo. Y lo necesito, necesito ese calor porque de lo contrario no viviría. No estaría acá pensando en esto, ni viajando en bondi con los que cantan. Tal vez sea un amargo. Mejor dicho, lo confirmo: soy un amargo. Pasa que tengo un problema con la pasión. No la siento, la padezco. Pero ¿qué hacer? no existe, como ya me lamenté, un “Pasionales anónimos”. Tampoco un “centro de ayuda al pasional”.
No queda más que seguir. Con la sonrisa leve cuando se gana y la mueca triste cuando se pierda. Que me vean como uno más. como alguien que no le importa nada por solo verme con esas expresiones tan vagas. Sin saber que son la explosión más extrema en mi interior y el azul más profundo en todo mi corazón. Pero soy solo un perdedor, alguien enojado porque perdió lo especial. El pasional que desapareció entre la pasión desmedida. La gota de lluvia que ya cayó en el mar. La gota pura absorbida por la sal.